"Así como Jonás fue un signo así
el Hijo del hombre es un signo para esta generación" (Lc 11,
29-32). Jesús cita a Jonás, cuya señal a los ninivitas fue su predicación, por
medio de la cual estos se convirtieron e hicieron penitencia, como signo de
arrepentimiento perfecto[1]. Así
como Jonás fue un signo para los ninivitas, así el Hijo del hombre, Jesucristo,
es un signo para la humanidad entera: desde la Cruz, Cristo nos invita a la
penitencia y a la conversión del corazón, como requisitos para acceder a la
vida eterna en el Reino de los cielos. Jesús en la Cruz es el signo de Dios
para los hombres, signo que nos invita a reflexionar acerca de la durísima
realidad del pecado por un lado, pero también acerca del Amor infinito de Dios,
por otro. Jesús en la Cruz es signo que nos llama al arrepentimiento profundo
del corazón, porque en sus golpes y hematomas, en sus heridas abiertas y
sangrantes, en su pesar y en su abatimiento en la Cruz, en su Corazón
traspasado por la lanza, vemos el efecto real y directo que tienen nuestros
pecados, los nuestros personales y los de todos los hombres de todos los
tiempos. Jesús golpeado, cubierto de hematomas, de llagas abiertas y bañado en
su propia Sangre, es el signo de Dios Padre que nos invita al arrepentimiento
perfecto, a que tomemos conciencia de la realidad del pecado y de su efecto
devastador para el alma, porque es la malicia del hombre la que crucifica a
Jesús.
Pero Jesús en la Cruz, todo golpeado y
herido, traspasado por los clavos de hierro en sus manos y pies, coronado de
espinas, flagelado, humillado, es también signo de la Misericordia Divina de
Dios Padre, porque la respuesta de Dios Padre frente al deicidio que cometimos
con su Hijo no es el fulminarnos con su ira, sino abrirnos la Fuente del Amor
Divino, el Sagrado Corazón traspasado de Jesús, para concedernos el perdón
"Así como Jonás fue un signo así
el Hijo del hombre es un signo para esta generación". Jesús en la Cruz es
el signo del Padre que nos invita al arrepentimiento perfecto, al comprobar en
las heridas de Jesús la malicia y ferocía del pecado, y es también al mismo
tiempo el signo del Padre que nos invita a confiar en la Divina Misericordia,
que para que no dudemos de su Amor, nos dona, en la Cruz y en la Eucaristía, el
Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesucristo.
[1] Cfr. Orchard et al., Comentarios al Nuevo Testamento, Tomo
III, Editorial Herder, Barcelona 1957, 613.
PRECIOSO Y EXCELENTE SITIO pero debemos anunciar que la Iglesia
ResponderEliminarempieza a ser crucificada y desde dentro. Hay que adorar, adorar, adorar...
Empecé a estudiar en 1947 y con un ojo menos pero hay que abrirlo bien.
Tengo un pobre blog: " Siempretú Francisco Novo Alaminos.En unión de oraciones.