“Cuídense
de toda avaricia porque la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas”
(Lc 12, 13-21). Con la parábola de un
hombre rico que se despreocupa por su destino eterno, Jesús nos advierte acerca
del peligro que significa apegar el corazón al dinero y a las riquezas
terrenas: puesto que estas riquezas materiales proporcionan una falsa sensación
de seguridad, llevan a la persona a olvidarse de que esta vida se termina
pronto y que luego habrá de dar cuentas a Dios, Juez Supremo, sobre el uso que
dio a dichos bienes. La avaricia, la acumulación excesiva e inútil de riquezas
terrenas, conlleva el peligro de la muerte eterna, porque hace despreocuparse
al hombre acerca de su Juicio Particular, y esta es la razón por la cual Jesús
nos pide que no pongamos nuestro corazón en estas riquezas.
“Cuídense
de toda avaricia porque la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas”.
Jesús nos advierte que la avaricia nos lleva a apegar el corazón a los bienes
materiales y que esto es un grave impedimento para entrar en el cielo, pero al
mismo tiempo nos hace ver que hay otras riquezas a las que sí tenemos que
apegar el corazón, riquezas de las cuales sí tenemos que ser “sanamente avaros”,
y son las riquezas espirituales, riquezas que son tesoros inestimables que sí tenemos
que “acumular en el cielo”, donde “ni la polilla ni el orín corrompen y donde
los ladrones no minan ni hurtan” (Mt
6, 19-20); Jesús nos pide que apeguemos nuestro corazón no a las riquezas
terrenas, sino a las riquezas del cielo, porque “allí donde esté nuestro
tesoro, allí estará nuestro corazón” (Mt
6, 21). Para quien desea acumular bienes con avaricia, que acumule bienes sí,
pero espirituales en el cielo, y no los bienes materiales en la tierra, porque
Jesús vendrá a buscarnos de improviso y para ese día tenemos que tener los
bolsillos vacíos de dinero –llamado “el excremento del demonio” por los santos
y por el Papa Francisco recientemente-, y el corazón lleno de tesoros
celestiales, el primero de todo, la gracia santificante.
“Cuídense
de toda avaricia porque la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas”.
La vida terrena de un hombre no está asegurada por las riquezas materiales,
pero sí está asegurada su vida eterna por sus riquezas espirituales: su amor a
Dios y al prójimo; su caridad manifestada en obras; su mortificación; su fe;
sus obras de misericordia; sus asistencias a Misa como si estuviera yendo al
Calvario; sus comuniones sacramentales y espirituales hechas con amor y
devoción; sus rezos diarios del Santo Rosario; su consagración diaria al
Inmaculado Corazón de María; su ofrecimiento diario en la Santa Misa como
víctima de la Divina Justicia y de la Divina Misericordia, a favor de sus
hermanos; su oración y mortificación constante pidiendo la propia conversión,
la de los seres queridos y la de todo el mundo.
Es
esto entonces lo que nos dice Jesús, con relación a las riquezas: “Cuídense de
toda avaricia porque la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas;
atesoren, en cambio, tesoros en el cielo, porque esas riquezas les procurarán
la eterna bienaventuranza”.
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