“Si
expulso demonios con el poder de Dios es que su Reino ha llegado” (Lc 11, 15-26). Los escribas y fariseos
acusan falsamente a Jesús de obrar bajo influencia del demonio en su acción de
curar enfermos y expulsar demonios, lo cual constituye un pecado contra el
Espíritu Santo, puesto que atribuye malicia a Dios y a su obra. Jesús les hace
ver que Él no actúa con el poder del demonio, porque Él cura las enfermedades y
expulsa a los demonios, y el demonio no puede combatirse a sí mismo, ya que si
hiciera esto, se debilitaría, desde el momento en que es el causante de toda
enfermedad humana -al menos remotamente, por causa del pecado original[1]-,
y es el causante –obviamente-, de las posesiones demoníacas.
Pero
además, Jesús agrega que si Él expulsa a los demonios con el “dedo de Dios”,
esto significa que “el Reino de Dios ha llegado a los hombres”, porque Él “ha
venido para destruir las obras del demonio” y liberar al hombre de las
consecuencias de la caída[2].
Jesús
concluye con una alusión muy severa a sus adversarios: si ellos se han colocado
contra Jesús cuando arroja a un demonio, ¿no significa esto que se han puesto
del lado de Satán, cuyo reinado Nuestro Señor ha venido a destruir?[3].
Como resultado del diálogo, quedan desenmascarados los enemigos de Jesús, que
lo acusaban de estar poseído, cuando en realidad son ellos los posesos o, al
menos, quienes trabajan directamente para el reino de Satanás en la tierra.
Esto
que sucede con Jesús, sucede hoy con la Iglesia Católica, su Cuerpo Místico,
puesto que la Iglesia es atacada permanentemente por individuos que, desde las
más diversas ocupaciones y profesiones, acusan falsamente a la Iglesia de ser
la causante de la desgracia humana. Por ejemplo, solo para citar una pequeña
muestra de la abundancia de falsas acusaciones, el escritor Eduardo Galeano,
quien en un poema de su autoría atribuye falsamente a Dios la invención de la
culpa y la orden de “quemar vivos” a quienes “adoren al sol y a la luna”: “En 1492, los nativos descubrieron que
eran indios, descubrieron que vivían en América, descubrieron que estaban desnudos,
descubrieron que existía el pecado, descubrieron que debían obediencia a un rey
y a una reina de otro mundo y a un dios de otro cielo, y que ese dios había
inventado la culpa y el vestido y había mandado que fuera quemado vivo quien
adorara al sol y a la luna y a la tierra y a la lluvia que la moja”. Eduardo
Galeano. Los hijos de los días. 12 de Octubre: nada que celebrar”.
Autores
como este señor, que atacan a la Iglesia, Cuerpo Místico de Jesús,
atribuyéndole malicia, pero no la malicia propia del pecado de quienes formamos
la Iglesia, puesto que todos somos pecadores, sino la malicia de la obra de la
Evangelización –y en esto constituye su pecado luciferino-, se ponen de parte
de Satanás, en su irracional intento de destruir a Cristo y a su Iglesia.
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