miércoles, 18 de febrero de 2015

Miércoles de Cenizas


(2015)
         “Recuerda que eres polvo y en polvo te convertirás”. Al imponer las cenizas en forma de cruz, el sacerdote recuerda al fiel bautizado que él, en cuanto hombre, es “polvo” y que “en polvo se convertirá”. Las cenizas tienen entonces una clara intención, la intención de traer al recuerdo del bautizado, que está de paso en esta vida, porque él es “polvo” y se “convertirá en polvo”, como las cenizas que está recibiendo en la imposición. Sin embargo, hay algo más que recuerdan las cenizas. ¿Qué recuerdan las cenizas? Las cenizas del inicio del tiempo de Cuaresma sirven, por lo tanto, al fiel, para recordar varias cosas: que esta vida presente es sumamente frágil y corta, aun cuando se vivan largos años, y que al final de la vida está la muerte, que con su mortífero poder quita al hombre, a todo hombre, su aliento vital, con lo cual el alma se separa del cuerpo y el cuerpo, en poco tiempo, queda reducido a cenizas, similares a las que se le están imponiendo en la frente: así, las cenizas recuerdan, al hombre, su destino de muerte y que por lo tanto, su paso por esta vida es fugaz y, en consecuencia, no debe aferrarse a nada en esta vida, porque todo en esta vida tiene el mismo destino: la  muerte; pero además de recordar la muerte, inevitablemente, las cenizas recuerdan a aquello que introdujo la muerte, esto es, la desobediencia al Amor de Dios, por parte de Adán y Eva, y la obediencia a la voz de Satán, que los instaba a la rebelión contra el Dios de la Vida, lo cual trajo como consecuencia el origen del Primer Pecado, el Pecado Original, pecado que expulsó la gracia, que les concedía la participación en la vida divina, y les introdujo la muerte, el dolor, la enfermedad, al apartarse voluntariamente del Dios de la Vida y del Amor; las cenizas recuerdan, por lo tanto, la condición de pecador al hombre, porque el pecado de los primeros padres se transmitió a toda la humanidad, y se transmitirá hasta el fin de los tiempos, como una mancha pestilente y contagiosa, a todo ser humano que nazca en la tierra; las cenizas recuerdan entonces que el pecado y su consecuencia más funesta, la muerte y el apartamiento del Dios de la Vida y del Amor, es lo que domina toda la existencia humana, desde que nace hasta que muere; las cenizas recuerdan que el hombre muere y se aparta de Dios por el pecado, y que la condición de pecador es la condición que acompaña a todo ser humano desde su nacimiento, pero que este estado de muerte y pecado del hombre, no es la Voluntad de Dios.
Sin embargo, puesto que las cenizas son impuestas con el signo de la cruz, no solo recuerdan el destino de muerte, sino de vida eterna: la imposición recuerda también que el hombre, por Cristo Jesús, está destinado a la vida eterna, por el sacrificio redentor de Aquél que murió en cruz en el Calvario, dando su vida y hasta la última gota de su Preciosísima Sangre, para no solo derrotar a la muerte -destino inevitable de la humanidad, de todo hombre-, al concederle la vida eterna, su vida misma, infundida con su misma Sangre, sino también para quitar la causa de la muerte, el pecado, porque la Sangre del Cordero de Dios quita los pecados del alma; las cenizas recuerdan también el triunfo del Hombre-Dios, por el sacrificio de la cruz, sobre el demonio, instigador del pecado; las cenizas recuerdan que, si bien el hombre es “polvo” y se “convertirá en polvo”, porque está bajo el dominio del pecado, por la gracia de Jesucristo, obtenida por su sacrificio en cruz, el hombre se convierte en luz y en luz divina, luego de la muerte, si vive y muere en gracia, es decir, si acepta a Jesús como a su Dios y Redentor.

“Recuerda que eres polvo y en polvo te convertirás”. Al recibir las cenizas, el bautizado recuerda que es pecador y está destinado a la muerte, pero recuerda también que Cristo Jesús, Dios Salvador y Redentor, dio su Sangre y su Vida divinas en la cruz para rescatarlo de este destino de muerte y corrupción y para concederle la vida eterna, para conducirlo al Reino de los cielos, luego de la muerte; en consecuencia, el bautizado, en Cuaresma, hace penitencia por su condición de pecador; hace ayuno corporal y sobre todo, ayuno del mal, como modo de preparar el cuerpo y el alma para la recepción de la gracia santificante, que es lo que le quita la condición de pecador y le concede el ser hijo adoptivo de Dios; finalmente, el bautizado, en Cuaresma, y con las cenizas impuestas en la frente en forma de cruz, obra la misericordia, sobre todo para con su prójimo más necesitado, como forma de acción de gracias por el Amor derramado con la Sangre del Cordero que, por todos los hombres y por su salvación, se inmoló en la cruz. Es esto lo que recuerdan las cenizas.

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