sábado, 18 de julio de 2015

“Jesús se compadeció de ellos, porque estaban como ovejas sin pastor. Y comenzó a enseñarles”


(Domingo XVI - TO - Ciclo B – 2015)

         “Jesús se compadeció de ellos, porque estaban como ovejas sin pastor. Y comenzó a enseñarles” (Mc 6, 30-34). Jesús ve a la multitud que lo ha seguido, y que está “como ovejas sin pastor”, y esto a pesar de que tienen pastores, los fariseos y los doctores de la ley. Sin embargo, estos son a quienes Jesús califica como “malos pastores”, puesto que dan muerte a las ovejas del rebaño, tanto a las débiles como a las más gordas, desde el momento que se preocupan de aprovecharse de su lana, de su carne y de su leche, sin importarles ninguna otra cosa. Es decir, son pastores que se pastorean a sí mismos y que inventan "doctrinas humanas" al puesto de las divinas, alejando a las almas del Dios Verdadero, tal como se los reprocha Jesús (cfr. Mt 7, 7; Mt 15, 9). En la práctica, tener malos pastores, para el rebaño, es el equivalente a no tener ninguno. Es interesante detenernos un momento en la consideración de la frase: “Estaban como ovejas sin pastor”, para darnos una idea de qué es lo que les sucede a las ovejas, que es lo que despierta, al mismo tiempo, la compasión de Jesús, que por este motivo asume, sin decirlo el Evangelio, el rol de Buen Pastor, de Sumo y Eterno Pastor, porque “comienza a enseñarles”.
¿Qué le sucede a una oveja, o más bien, a todo un redil, cuando no tiene pastor, o cuando tiene un pastor malo, como el caracterizado por Jesús, que en la práctica equivale a no tener pastor? Lo que le sucede a estas ovejas es que se encuentran desorientadas, sin rumbo fijo, sin saber adónde ir; no saben dónde se encuentran los pastos verdes y el agua fresca; no tienen reparo del calor ardiente, cuando el solo está en lo más alto del cielo, ni tienen reparo cuando se desata la tormenta, con vientos huracanados y lluvias torrenciales. Las ovejas sin pastor, por lo tanto, se debilitan, y las que ya son débiles, se debilitan tanto, que terminan por morir; las más fuertes, también se debilitan y, si la situación se prolonga, también terminan por morir. Pero además, las ovejas sin pastor están acechadas por otros peligros: por los asaltantes del camino, los ladrones de ovejas, que al verlas desorientadas y débiles, aprovechan para llevárselas y para dar mal fin con ellas; se encuentran acechadas también por el lobo, que al percatarse de la situación, de que las ovejas están solas, sin pastor, o con un pastor cobarde que no le hará frente, da fácil cuenta de las ovejas, destrozando su tierna carne con sus colmillos largos y afilados. Por último, las ovejas sin pastor enfrentan otro peligro, y es el de desbarrancarse y finalizar en el fondo del barranco, puesto que sin la guía segura de un pastor, terminan internándose en peligrosos desfiladeros que constituyen, para las ovejas, una trampa mortal, desde el momento en que no están capacitadas para transitar por estos lugares peligrosos, y así la oveja, internándose temerariamente en el barranco, termina por resbalar y rodar hasta el fondo del barranco, quedando malherida, con sus huesos fracturados, sangrando, y destinada a una segura muerte, de no mediar la ayuda del buen pastor que acuda a socorrerla.
Esta figura de la oveja o del redil sin pastor, se aplica a las realidades sobrenaturales: las ovejas o el redil, son los bautizados en la Iglesia Católica; la ausencia de pastor, o el hecho de que el pastor sea malo, representa al pastor a quien no le interesa la salvación eterna de las almas, porque él mismo vive una vida mundana, sin preocuparse por el más allá; que las ovejas no encuentren pastos verdes y agua fresca, significa a los bautizados que no se alimentan con la doctrina verdadera de la Iglesia, contenida en el Magisterio, en el Catecismo, en las Escrituras y en la Tradición, para ir a contaminar la pureza de la fe con los pastos secos y el agua turbia de las doctrinas gnósticas, heterodoxas y heréticas de la Nueva Era y de todo viento de novedad que pueda surgir; el hecho de que no encuentren refugio frente a los peligros, las tormentas y el viento, significa que los cristianos, sin la Palabra y la gracia que vienen de Jesús, no pueden hacer frente ni a las tentaciones, ni a las tribulaciones, con lo que sucumben rápidamente, cayendo no solo en el pecado, sino también en la tristeza, en la desesperación y angustia; por último, el lobo que las acecha, no es el lobo animal, sino el Lobo infernal, el demonio, que al ver que las ovejas no están alimentadas con la Verdad ni fortalecidas con la gracia santificante, da fácil cuenta de ellas, arrastrándolas consigo por los malos caminos que conducen a la perdición. La oveja desbarrancada, que queda malherida y destinada a una segura muerte, porque está fracturada y sangrando, incapaz de moverse, representa a las almas que, sin la guía segura de Jesucristo, Buen Pastor, y de sus pastores, los sacerdotes ministeriales fieles a Jesucristo, cae en pecado mortal y, de no mediar un pronto socorro, morirá en ese estado, poniendo en peligro de eterna condenación a su alma.
“Jesús se compadeció de ellos, porque estaban como ovejas sin pastor”. Las ovejas están “como sin pastor”, porque quienes debían pastorearlas, los fariseos y los doctores de la ley, les presentan una versión adulterada, humanizada, horizontalizada, de la religión: ya no consistirá en el conocimiento y la adoración –acto connatural del hombre hacia Dios por ser su Creador- del Dios Único y Verdadero, ni en el auxilio y socorro del prójimo más necesitado –la ayuda a los padres enfermos se excusa, según los fariseos, si se presenta la ofrenda al altar-: ahora, con los fariseos, la religión consiste en la mera práctica externa de normas y preceptos humanos –como la ablución de las manos y el lavado de los utensillos- que reemplazan la norma de Dios y los mandatos de Dios, que es en donde se encuentra la esencia de la religión, el amor sobrenatural a Dios, demostrado en la piedad y el amor sobrenatural al prójimo, demostrado en el auxilio sobre todo y principalmente a quien más sufre.
“Eran como ovejas sin pastor (…) estuvo enseñándoles un largo rato. Y comenzó a enseñarles”. A diferencia de los fariseos y de los doctores de la ley, Jesús cautiva a sus oyentes, porque “habla como quien tiene autoridad”, porque Él es la “Sabiduría de Dios Encarnada” y sus palabras son “palabras de Vida eterna” (cfr, Jn 6, 68), porque Él viene del cielo, del seno del eterno Padre, y “ve y conoce” todo lo del Padre y nos lo enseña, y en esto radica la autoridad de su enseñanza y la novedad sobrenatural de su sabiduría divina. Sólo Jesús tiene “palabras de vida eterna” y es la razón por la cual, quienes lo escuchan, quedan profundamente conmovidos, porque la Palabra de Dios llega a lo más profundo del ser del hombre: Él su Creador, y por lo tanto, sus palabras tienen un alcance profundo, que llega hasta la raíz metafísica del acto de ser del hombre, conmoviendo todo el ser del hombre: cuando habla Jesús, es Dios Creador, Redentor y Santificador quien habla, y por eso el alma que presta oídos a su Palabra, queda conmocionada, al escuchar la voz de su Dios, que es voz que comunica la vida divina a quien lo escucha. Ésa es la razón por la que Jesús dice: “Yo conozco a mis ovejas y ellas me conocen a Mí”. Al verlos desorientados y “como sin pastor”, Jesús comienza a enseñarles las verdades de la vida eterna, vida a la que todos están llamados a participar, si cargan su cruz de todos los días y van en pos de Él, porque Él es el Camino que conduce al Padre, la Verdad divina revelada acerca de la salvación, y la Vida eterna que recibirá el alma que crea en Él. Cuando Jesús enseña, como Sumo y Eterno Pastor, todos están atentos a sus enseñanzas; hacen silencio y se acercan para escuchar la Voz del Verbo que habla con labios humanos; pero no solo los hombres quieren escuchar al Verbo de Dios Encarnado: también los ángeles de Dios, que bajan del cielo, que se acercan sigilosamente para escuchar las enseñanzas de Jesús, esas enseñanzas que nos dicen que esta vida terrena se termina pronto y que luego comienza la eterna; esa enseñanza que nos dice que Él es Dios y que se ha encarnado para morir en cruz y resucitar, y que por el sacrificio en cruz del Calvario, en donde entregó su Cuerpo y derramó su Sangre, nos perdona los pecados, nos concede la filiación divina y nos abre las puertas del cielo, que son su Corazón traspasado, para que, entrando por esa Puerta abierta que es su Sagrado Corazón perforado por la lanza, seamos llevados, por el Espíritu Santo, al seno de Dios Padre, para gozar de su Presencia por la eternidad.

Jesús es el Buen Pastor que tiene “palabras de vida eterna” y esas palabras las pronuncia, a través del sacerdote ministerial, en cada Santa Misa, en la consagración del pan y del vino, para obrar el milagro de la Transubstanciación, que convierte el pan y el vino en su Presencia glorificada en las apariencias de pan. Jesús es el Buen Pastor que se compadece de nosotros, y nos alimenta con un manjar substancia, su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad en la Eucaristía, en nuestro peregrinar en la tierra, para que al fin de nuestros días, ingresemos en las praderas en donde abundan los pastos verdes y el agua fresca de la gloria de Dios, el Reino de los cielos.

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