“Vayan
por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación” (Mc 16, 15-20). Jesús resucitado se
aparece a sus discípulos y los envía a la misión: el terreno a misionar es “toda
la creación” (todo el mundo) y el objetivo de la misión es “anunciar la Buena
Noticia”. ¿Cuál es la Buena Noticia? La Buena Noticia de que Él, el Hijo de
Dios encarnado, ha muerto en cruz y ha resucitado, para no solo perdonar los
pecados, destruir la muerte y derrotar al demonio, sino ante todo, para
conceder la filiación divina a todos y cada uno de los que crean en Él, para
convertirlos hijos adoptivos de Dios y en herederos del Reino. La Buena Noticia
es también que Él se ha quedado en medio de nosotros, en la Eucaristía, en el
sagrario, para acompañarnos “todos los días, hasta el fin del mundo”, para
consolarnos en nuestras penas, para fortalecernos en nuestras debilidades, y
para donársenos como Pan Vivo bajado del cielo, que concede a quien lo consume
con fe y con amor, todo el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico, que es el
Amor trinitario de Dios Uno y Trino.
Es
esta la Buena Noticia que todo cristiano debe anunciar: que Jesús no solo ha
resucitado y ha dejado libre y vacío el sepulcro, sino que, a partir de Domingo
de Resurrección, está en cada sagrario, en la Eucaristía, en acto de donación
de su Ser divino trinitario y de todo el Amor infinito y eterno de su Sagrado
Corazón. El cristiano debe anunciar esta Buena Noticia, que permite que todas
las buenas noticias humanas sean verdaderas y buenas y tengan sentido, y sin la
cual, ninguna noticia es buena en realidad. Pero a su vez, la Buena Noticia del
Evangelio de Jesús, de su muerte y resurrección y de su Presencia gloriosa y
resucitada en la Eucaristía, es a la vez el preludio de otra Buena Noticia:
esta vida terrena es corta, muy corta, y da lugar a la feliz eternidad en la
contemplación cara de las Tres Divinas Personas, en el Reino de los cielos. Por
esta Buena Noticia, el cristiano considera a las cosas de este mundo como
pasajeras, y por eso no se asusta, si son malas, porque no durarán mucho
tiempo, y tampoco se alegra en demasía, sin son buenas, porque lo que la
alegría que le espera en el Reino de los cielos es infinitamente superior a
toda alegría terrena. Porque la Buena Noticia de Jesucristo, con su promesa de
amor infinito, de alegría eterna y de dicha inimaginable, en la comunión de
vida y amor con las Tres Divinas Personas, trasciende los límites
espacio-temporales de esta vida terrena para proyectarse hacia la eternidad, es
que el cristiano considera caducas a todas las cosas de la tierra y repite,
junto con Santa Teresa: “Tan alta vida espero, que muero porque no muero”.
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