“Éstos
son mi madre y mis hermanos” (Mt 13,
46-50). Jesús está predicando, rodeado de una multitud. Llegan unos discípulos
y le avisan a Jesús que “su madre y sus hermanos están afuera y quieren
hablarle”. Jesús, en vez de pedir que hagan lugar para que la Virgen y sus
primos puedan llegar hasta Él, o en vez de ir Él hacia ellos, como haría
cualquier persona, no solo se queda en el lugar, sin llamar a su Madre y a sus
primos, sino que dice algo que pudiera parecer, de buenas a primera, como un
desconocimiento de la Virgen como Madre y como un desconocimiento también de su
familia biológica: “¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?”, dice Jesús, y
luego, “señalando con el dedo a sus discípulos”, continúa: “Éstos son mi madre
y mis hermanos. Porque todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en los
cielos, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”. Es decir, con su actitud de
permanecer en el lugar y con sus palabras, Jesús parecería estar desconociendo
a su familia biológica, en detrimento de sus discípulos. Sin embargo, contrariamente
a lo que podría parecer, Jesús no desestima a su Madre, la Virgen y a sus
primos (llamados “hermanos” en el Evangelio), al decir que sus discípulos, que
son quienes lo escuchan, son “su madre y sus hermanos”. Lo que hace Jesús es
señalar el nacimiento y la existencia, a partir de Él, de una nueva familia,
que trasciende los límites de la familia biológica y es la familia de los hijos
de Dios, de aquellos que, unidos por la gracia santificante y el Amor al Padre,
oyen sus palabras y “hacen su voluntad”. Es decir, Jesús señala el nacimiento
de la Familia de los hijos de Dios, la familia de los que, naciendo al pie de
la cruz, son adoptados por María Virgen como Madre adoptiva y son engendrados a
la vida de la gracia, al recibir la Sangre y el Agua que brotaron del Corazón
traspasado de Jesús, por medio del bautismo sacramental y luego, guiados por el
Espíritu Santo, “hacen la voluntad del Padre”, porque lo aman en Cristo y por
Cristo, con su Amor.
“Éstos
son mi madre y mis hermanos (…) los que hacen la voluntad del Padre”. Por el
bautismo, somos hijos en el Hijo; tenemos a Dios por Padre, a la Virgen por
Madre y a Jesús por Hermano; por lo tanto, debemos “hacer la voluntad del Padre”.
¿Y cuál es esa voluntad? Que salvemos nuestras almas (cfr. 1 Tim 2, 1-8), por el cumplimiento del Primer Mandamiento –“Amarás
a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”- y obrando la
misericordia con los más necesitados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario