viernes, 17 de julio de 2015

“El Hijo del hombre es dueño del sábado”



“El Hijo del hombre es dueño del sábado” (cfr. Mt 12, 1-8). Jesús y sus discípulos dan un paseo sabático, y cometen dos acciones prohibidas según las leyes farisaicas: arrancar espigas y trillar, considerado esto como el frotarlas entre las manos.
Jesús zanja la cuestión haciéndoles ver que la necesidad excusa de la ley positiva, citando el ejemplo de David, a quien el sacerdote le permitió comer de los doce panes de la Proposición, cuando la ley decía que sólo podían ser comidos los panes por los sacerdotes, por ser sagrados, pero la necesidad de David prevaleció sobre la ley positiva, y la ley fue sancionada por el sumo sacerdote. Jesús les hace ver que una y otra norma pertenecen a los preceptos humanos y, puesto que se trata de leyes humanas, pueden ser quebrantadas, y para ejemplificar cómo una ley humana puede no observarse en caso de necesidad, da el ejemplo de David, que comió los panes de la Proposición en el templo. Además de hacerlos quedar en evidencia en su falta justamente a ellos, que acusaban a sus discípulos falsamente, les revela que hay algo “más grande” que el templo, que es Él en Persona, y por eso dice que Él es dueño del sábado, porque siendo Dios, es creador del sábado, y por eso puede dispensar de las leyes. Se presenta a sí mismo como santuario, en una sustitución ya anticipada en las profecías mesiánicas, mientras que la expresión “Señor del sábado”, no puede explicarse de manera adecuada si no es por la divinidad de Cristo.

Jesús, como Hombre-Dios, es el Nuevo Santuario en donde habita la plenitud de la divinidad; es la Persona del Hijo, encarnada en una naturaleza humana, y como tal, es el Señor de la historia, no sólo dueño del sábado, sino dueño del tiempo y  de la eternidad. Y como Dueño del tiempo y de la eternidad, y como Vida eterna en sí misma, muere el Viernes Santo y resucita el Domingo de Resurrección, para que nos alimentemos con el Nuevo Pan de la proposición, el Pan Vivo bajado del cielo, Él mismo, con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, esto es, la Eucaristía, que nos dona la Vida eterna.

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