viernes, 20 de mayo de 2016

“Que el hombre no separe lo que Dios ha unido”


“Que el hombre no separe lo que Dios ha unido” (Mc 10, 1-12). Al implementar la Nueva Ley, Jesús da por abolida la permisión de divorcio que existía bajo la ley de Moisés. A partir de ahora, el matrimonio será de “uno con una, para toda la vida”, puesto que el divorcio queda expresamente prohibido por Nuestro Señor. El matrimonio sacramental, impartido en su Iglesia, la Iglesia Católica, será uno, monogámico, indisoluble, fecundo, fiel, sin que puedan ser estas características alteradas por ninguna ley humana. La razón por la que el matrimonio entre los católicos tiene estas características no se derivan de imposiciones arbitrarias de legisladores eclesiásticos humanos, sino que se explican por el hecho de estar el matrimonio sacramental injertado –por el sacramento- en otro matrimonio o nupcias esponsales, anterior a todo matrimonio humano, y es el matrimonio místico, celestial, sobrenatural, de Cristo Esposo con la Iglesia Esposa. En otras palabras, las características del matrimonio sacramental católico –uno, único, fiel, indisoluble, fecundo-, se derivan del hecho de estar los esposos cristianos “injertados”, en virtud del sacramento, a la unión esponsal mística entre Jesús Esposo y la Iglesia Esposa, y como por el sacramento son como una prolongación viviente de esta unión esponsal, constituyendo ante la sociedad humana un signo de Cristo Esposo –el esposo terreno- unido con su Esposa la Iglesia –la esposa terrena-, entonces el matrimonio sacramental católico debe poseer y reflejar sus mismas características, so pena de constituir un signo contradictorio. Es decir, el matrimonio católico es uno, único, fiel, indisoluble, constituido por el esposo-varón y la esposa-mujer, porque así es el matrimonio celestial y místico entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa. Si se contrarían estas características, se atenta en realidad, no en primer lugar contra la institución del matrimonio en sí, sino contra el matrimonio místico formado por Cristo Esposo con la Iglesia Esposa. En este sentido, el adulterio, la infidelidad, la ausencia voluntaria de fecundidad, el divorcio, son todos signos que contarían expresamente la santidad primigenia de la unión esponsal entre Jesús y la Iglesia. Esto es lo que explica la muerte de Juan el Bautista, quien da su testimonio martirial no por el matrimonio terreno, sino por la Alianza esponsal mística de Jesús con su Iglesia, alianza de la cual el matrimonio cristiano obtiene sus características esenciales e inviolables. La contradicción de las notas del matrimonio atentan contra las notas del matrimonio místico de Jesús con su Esposa. Por ejemplo, el adulterio carnal de uno –o de los dos cónyuges- atenta contra la nota de fidelidad hasta la muerte, en el amor, de Cristo con su Iglesia, y se equipara a una hipotética Iglesia con un Cristo falso –no presente en la Eucaristía, por ejemplo-, o a un Cristo Eucarístico –con su Presencia real, verdadera y substancial en la Eucaristía-, con una Iglesia “infiel”, que albergara en su seno a otras creencias religiosas. Así como estas hipotéticas son impensables, así también es impensable la infidelidad entre los cónyuges católicos unidos por el sacramento, y lo mismo se diga de las otras notas características del matrimonio católico.

“Que el hombre no separe lo que Dios ha unido”. Cuando Jesús hace esta afirmación, está diciendo que el hombre no puede tener el atrevimiento de pretender modificar el matrimonio místico, sobrenatural, preexistente a toda unión esponsal humana, la unión esponsal entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa.

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