“El
que no está contra nosotros, está con nosotros”. (Mc
9, 38-40). Frente a uno que “hacía milagros” en nombre de Jesús, pero que no
pertenecía al círculo de sus discípulos, estos últimos “tratan de impedírselo”,
argumentando precisamente que no forma parte de ellos: “no es de los nuestros”.
La respuesta de Jesús abre el camino para comprender el verdadero ecumenismo:
lejos de aprobar la conducta de sus discípulos, que pretendían callar a quien “no
era de ellos”, Jesús les dice que “no se lo impidan”, porque –según da a
entender-, si alguien hace milagros en su Nombre, no puede hablar mal de Él, lo
cual quiere decir que, en cierta medida, está asistido por Él, ya que da buenos
frutos: “No se lo impidan, porque nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y
luego hablar mal de mí”. Y quien está asistido por Él, como en el caso de la
persona que hacía milagros en su Nombre, “está con Cristo”: “El que no está
contra nosotros, está con nosotros”.
Comentando
este pasaje del Evangelio, el Beato Pío XII, en la Encíclica Mystici Corporis Christi, y parangonando
la acción de la Iglesia con la de Cristo, da las claves acerca de en qué
consiste el verdadero ecumenismo: la Iglesia Católica es la que posee la Verdad
Revelada en su plenitud, mientras que las otras iglesias, en las que no se
encuentra esta verdad plena, están llamadas a integrarse en esta plenitud. Dice
así el Santo Padre: “La esposa de Cristo, la Iglesia, es única. Sin embargo, el
amor del divino Esposo se extiende con largueza, de manera que, sin excluir a
nadie, abraza en su Esposa al género humano entero”[1]. El
Santo Padre extiende, por analogía, la actitud de Jesús de no rechazar a quien
no forma parte del círculo más íntimo de los discípulos, con la actitud de la
Iglesia que, en un verdadero ecumenismo, y sabiéndose portadora de la plenitud
de la Revelación, abraza y llama a toda la humanidad, porque todos los hombres
son “hermanos de Cristo según la carne” y están todos “llamados a la vida eterna”:
“Cristo (…) abraza en su Esposa (la Iglesia) al género humano entero (…) (incluidos
los hombres) todavía no incorporados al Cuerpo de la Iglesia, a los hermanos de
Cristo según la carne, llamados con nosotros a la misma salvación eterna”[2].
Seguidamente,
hace una velada alusión a las ideologías –liberalismo, marxismo, comunismo,
socialismo, nazismo- que “exaltan el odio, la lucha, la violencia”, y por lo
tanto enfrentan al hombre contra el hombre mismo, provocando crueles guerras
fratricidas, y las contrapone con la Iglesia que, basada en el Mandamiento de
su Señor, ama a todos los hombres, sin distinción alguna de ninguna clase,
incluidos “a los enemigos”: “Nuestro Rey pacífico (…) nos ha enseñado no
solamente amar a los que no son de los nuestros, de nuestra nación ni de nuestro
origen (Lc 10, 33ss) sino (a) amar
incluso a nuestros enemigos”[3].
“El
que no está contra nosotros, está con nosotros”. Como miembros de la verdadera
y única Iglesia de Jesucristo, el Hombre-Dios, nuestra misión es llamar a todos
los hombres, cualquiera sea su raza, credo o condición social, para que
ingresen a la Nueva Arca de salvación, la Iglesia Católica.
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