“Que
el hombre no separe lo que Dios ha unido” (Mc
10, 1-12). Al implementar la Nueva Ley, Jesús da por abolida la permisión de
divorcio que existía bajo la ley de Moisés. A partir de ahora, el matrimonio
será de “uno con una, para toda la vida”, puesto que el divorcio queda
expresamente prohibido por Nuestro Señor. El matrimonio sacramental, impartido
en su Iglesia, la Iglesia Católica, será uno, monogámico, indisoluble, fecundo,
fiel, sin que puedan ser estas características alteradas por ninguna ley
humana. La razón por la que el matrimonio entre los católicos tiene estas
características no se derivan de imposiciones arbitrarias de legisladores
eclesiásticos humanos, sino que se explican por el hecho de estar el matrimonio
sacramental injertado –por el sacramento- en otro matrimonio o nupcias
esponsales, anterior a todo matrimonio humano, y es el matrimonio místico,
celestial, sobrenatural, de Cristo Esposo con la Iglesia Esposa. En otras
palabras, las características del matrimonio sacramental católico –uno, único,
fiel, indisoluble, fecundo-, se derivan del hecho de estar los esposos
cristianos “injertados”, en virtud del sacramento, a la unión esponsal mística
entre Jesús Esposo y la Iglesia Esposa, y como por el sacramento son como una
prolongación viviente de esta unión esponsal, constituyendo ante la sociedad
humana un signo de Cristo Esposo –el esposo terreno- unido con su Esposa la
Iglesia –la esposa terrena-, entonces el matrimonio sacramental católico debe
poseer y reflejar sus mismas características, so pena de constituir un signo
contradictorio. Es decir, el matrimonio católico es uno, único, fiel,
indisoluble, constituido por el esposo-varón y la esposa-mujer, porque así es
el matrimonio celestial y místico entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa. Si se
contrarían estas características, se atenta en realidad, no en primer lugar
contra la institución del matrimonio en sí, sino contra el matrimonio místico
formado por Cristo Esposo con la Iglesia Esposa. En este sentido, el adulterio,
la infidelidad, la ausencia voluntaria de fecundidad, el divorcio, son todos
signos que contarían expresamente la santidad primigenia de la unión esponsal
entre Jesús y la Iglesia. Esto es lo que explica la muerte de Juan el Bautista,
quien da su testimonio martirial no por el matrimonio terreno, sino por la
Alianza esponsal mística de Jesús con su Iglesia, alianza de la cual el
matrimonio cristiano obtiene sus características esenciales e inviolables. La contradicción
de las notas del matrimonio atentan contra las notas del matrimonio místico de
Jesús con su Esposa. Por ejemplo, el adulterio carnal de uno –o de los dos
cónyuges- atenta contra la nota de fidelidad hasta la muerte, en el amor, de
Cristo con su Iglesia, y se equipara a una hipotética Iglesia con un Cristo
falso –no presente en la Eucaristía, por ejemplo-, o a un Cristo Eucarístico –con
su Presencia real, verdadera y substancial en la Eucaristía-, con una Iglesia “infiel”,
que albergara en su seno a otras creencias religiosas. Así como estas
hipotéticas son impensables, así también es impensable la infidelidad entre los
cónyuges católicos unidos por el sacramento, y lo mismo se diga de las otras
notas características del matrimonio católico.
“Que
el hombre no separe lo que Dios ha unido”. Cuando Jesús hace esta afirmación,
está diciendo que el hombre no puede tener el atrevimiento de pretender
modificar el matrimonio místico, sobrenatural, preexistente a toda unión
esponsal humana, la unión esponsal entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa.
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