(Domingo
XVII - TO - Ciclo A – 2014)
“El Reino de los cielos es como un tesoro escondido (…) como
una perla fina (…) como una red llena de peces (…)” (Mt 13, 44-52). Jesús compara al Reino de los cielos con tres cosas
de valor: un tesoro escondido; una perla fina; una red llena de peces. Como es
obvio, cada una de estas figuras, tiene un significado sobrenatural. El tesoro
escondido es encontrado por un hombre en un campo; el hombre, a su vez, va y vende todo lo que tiene, compra el
campo y así se queda con el tesoro. El significado sobrenatural es el
siguiente: el tesoro es la gracia santificante; el hombre que encuentra el
tesoro, es aquel que recibe el don de la conversión, es decir, es el que se da
cuenta del valor de la gracia; el que encuentra el tesoro es quien se da cuenta
que la más mínima gracia vale más que todos los tesoros de la tierra, más que
todo el oro del mundo; el que “vende todo lo que tiene”, es el que, al haber
descubierto el valor de la gracia, es el que está en consecuencia, dispuesto a
perder, literalmente hablando, la vida, antes que perder la gracia.
Eso
es lo que hicieron los santos y los mártires, y es lo que les valió conquistar
el cielo, y ésa es la disposición que debemos tener al confesarnos en el
Sacramento de la Penitencia, porque ése es el espíritu de lo que la Iglesia nos
quiere hacer decir, cuando nos hace repetir la fórmula de la penitencia, en el
momento en el que el sacerdote nos da la absolución: “…antes querría haber muerto que haberos ofendido”. La Iglesia
quiere que tomemos conciencia del valor de la gracia santificante, al hacernos
decir que preferimos la muerte terrena, antes que cometer un pecado mortal o
venial deliberado, porque la gracia santificante es un tesoro tan grande, que
vale infinitamente más que la vida terrena, y es eso lo que manifestamos en la
fórmula del arrepentimiento, en la confesión sacramental: nos dolemos –y así
debe ser en nuestro interior, y no solo de palabra- de no haber perdido la vida
terrena, antes de haber ofendido a Dios un pecado mortal o venial deliberado. Esto
es lo que significa el “tesoro escondido” y el hecho de que el hombre “vende
todo lo que tiene” para obtenerlo: es el que se da cuenta que más vale perder
la vida terrena antes que perder la gracia, porque perder la gracia equivale a
perder la vida eterna, mientras que perder la vida terrena por conservar la
gracia –como sucede en el caso de los mártires, por ejemplo, que dan sus vidas
por Cristo Jesús-, equivale a conservar la gracia y por lo tanto, a ganar la
vida eterna.
Este
es, entonces, el significado sobrenatural, para la figura del tesoro escondido
en el campo, y lo mismo vale para la figura de la perla fina, ya que es un
ejemplo muy similar: alguien “vende todo lo que tiene” para adquirirla; aquí se
puede introducir el matiz de la lucha contra las pasiones y los defectos, los
cuales serían esas “ventas”, que permitirían adquirir el bien de la gracia, es decir,
la perla.
En
el caso de la red “llena de peces”, Jesús introduce explícitamente el tema del
Juicio Universal, agregado al Reino de los cielos: así como los pescadores,
luego de la jornada de pesca, separan a los peces que están en buen estado –y por
lo tanto, son comestibles o sirven para el comercio-, de los peces que están en
mal estado –y por lo tanto, no sirven para nada-, así también, en el Día del
Juicio Final, los ángeles de Dios, encabezados por San Miguel Arcángel,
siguiendo las órdenes de Jesucristo, Supremo y Eterno Juez, separarán a los
buenos de los malos, conduciendo a los buenos al cielo y arrojando a los malos
al infierno, según sus obras, buenas y malas, respectivamente.
“El
Reino de los cielos es como un tesoro escondido (…) como una perla (…) como una
red llena de peces (…)”. El Reino de los cielos, si bien es comparado por Jesús
con cosas materiales, es algo infinitamente más valioso que lo más valioso
materialmente hablando, y es la comunión de vida y amor con las Tres Divinas
Personas de la Santísima Trinidad, y la gracia santificante es la puerta que
nos permite entrar en comunión con ellas, de ahí su valor incalculable, y de
ahí el valor más preciado que la propia vida terrena.
Quien
aprecia el valor de la gracia, sabe que los bienes materiales y que la vida
terrena misma, son nada en comparación con la gracia, porque la gracia nos une
con la Santísima Trinidad. El que se da cuenta de esto, es el más sabio y el
más feliz de todos los hombres, y ése, ya ha comenzado a vivir el Reino de los
cielos, aun cuando todavía le quede un poco por vivir en la tierra.
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