“Los
discípulos de Jesús comen espigas en día sábado” (cfr. Mt 12, 1-8). Al pasar por un campo de trigo en un día sábado, los
discípulos de Jesús, sintiendo hambre, arrancan las espigas y comen, con lo
cual cometen, a los ojos de los fariseos, una falta legal, debido a que en día
sábado estaba prohibido, según la casuística farisaica, realizar tareas
manuales, y esto les vale un reproche por parte de los fariseos.
Sin
embargo, Jesús, lejos de darles la razón, les responde trayendo a colación otra
falta legal, esta vez, la del rey David y sus compañeros, los cuales cometieron
una falta, si se quiere, tal vez mayor: también sintiendo hambre, no arrancaron
espigas del campo, sino que entraron “en la Casa de Dios” -como les remarca
Jesús, para hacerles notar que la falta legal es mayor-, y comieron los panes
de la ofrenda, algo que solo podían hacer los sacerdotes.
Lo
que persigue Jesús, en su respuesta a los fariseos, es hacerles ver que, bajo
el pretexto de la religiosidad, lo único que han hecho, es vaciar a la religión
de su esencia, que es la caridad, que es el mandato divino, reemplazándola por
una multiplicidad de mandatos humanos, inútiles, vacíos y carentes de todo
sentido. Los fariseos han convertido a la religión en una cáscara vacía,
carente de contenido, porque la han vaciado del Amor de Dios, y la han
reemplazado por mandatos humanos, inútiles e inservibles, que olvidan por
completo la caridad, la misericordia y la compasión, y todo bajo el pretexto
y la máscara de la religión.
Es
esto lo que Jesús les quiere decir cuando les dice: “Si hubierais comprendido
lo que significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios”. “Sacrificio”, en
este caso, es la norma legal, y los fariseos, por cumplir la norma legal, es
decir, el mandato humano, el mandato inventado por ellos –el no arrancar
espigas el día sábado- olvidan la misericordia, la compasión, el Amor –dar de
comer al hambriento, el permitir comer a quien, por predicar el Evangelio,
tiene hambre-. Por cumplir un mandato humano, los fariseos olvidan la
misericordia, y es en esto en lo que consiste su error capital, porque de esa
manera, falsifican por completo la verdadera religión, porque la religión
verdadera, aquella establecida por el Dios Único y Verdadero, es la del Amor de
caridad y de misericordia.
La
ceguera espiritual de los fariseos –originada en su soberbia y orgullo- les
impide distinguir entre lo que es principal, la misericordia –en estos casos,
satisfaciendo el hambre, ya sea arrancando espigas, o comiendo los panes de la
proposición-, y lo accesorio y hasta inútil, el precepto humano – el no
incumplimiento de las leyes del sábado. Por cumplir el sacrificio, es decir, la
norma legal, los fariseos olvidan la misericordia, y es ese su error más grande
y principal, que los conduce a la ceguera espiritual. Por su ceguera, no son
capaces de distinguir entre lo que es principal y lo que es secundario: lo
principal es, y lo secundario el precepto de no realizar acciones el sábado.
Lejos de aprobar el legalismo vacío de los fariseos, Jesús les recrimina por su
falta de misericordia y de compasión y por la dureza de sus corazones y sirven
a la vez de aviso para que el cristiano no cometa el mismo error de los
fariseos, porque también el cristiano puede vaciar de contenido a su religión y
convertirla en una cáscara vacía de toda caridad y compasión.
“Los
discípulos de Jesús comen espigas en día sábado”; David y sus compañeros, los
panes de la ofrenda; estos dos episodios prefiguran y anticipan lo que habría de
suceder en la Iglesia, una vez cumplido el misterio pascual de Muerte y
Resurrección de Jesús: en la Iglesia, los discípulos habrían de alimentarse no
con trigo ni con panes bendecidos, sino con la Eucaristía, un Pan hecho con
harina de trigo, pero que después de la consagración, contiene el Cuerpo, la
Sangre, el Alma y la Divinidad del Hombre-Dios Jesucristo, y con su Cuerpo, su
Sangre, su Alma y su Divinidad, todo su Amor, el Amor que envuelve con sus
llamas a su Sagrado Corazón Eucarístico, Amor que es el Amor de Dios, el
Espíritu Santo, para que todo aquel que coma de este Pan no padezca nunca más
de hambre del Amor de Dios.
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