“Si
no los quieren recibir, sacudan hasta el polvo de los pies y en el Día del Juicio
hasta Sodoma y Gomorra serán mejor tratadas que esas ciudades” (Mt 10, 7-15). Jesús envía a sus
discípulos a predicar el Evangelio, que es un Evangelio de paz y por eso mismo
sorprende la dureza del castigo que recibirán, en el Día del Juicio Final,
todos aquellos que se nieguen a recibir a los enviados por Jesucristo: “las
ciudades de Sodoma y Gomorra”, dice Jesús, “serán tratadas menos rigurosamente”
que aquellos que cerraron sus oídos a los enviados por Él: “si no los reciben
ni quieren escuchar sus palabras”.
La
razón es que quien se niega a escuchar a Dios Uno y Trino, de quien emana la
verdadera y única paz, elige, libremente, la ausencia de paz, y esto es lo que
sucede en el Infierno, en donde los condenados no tienen ni un solo segundo de
paz, por toda la eternidad.
“Si
no los quieren recibir, ni escuchar sus palabras, al irse de esa casa o de esa ciudad,
sacudan hasta el polvo de los pies y en el Día del Juicio hasta Sodoma y
Gomorra serán mejor tratadas que esa ciudad”. Debemos estar muy atentos a no
despreciar a nuestro prójimo, cuando nuestro prójimo nos habla en nombre de
Dios, o cuando nuestro prójimo requiere de nosotros una obra de misericordia;
si no recibimos a nuestro prójimo, si no queremos escucharlo, si no queremos
obrar la misericordia para con él, con toda probabilidad, estaremos sellando
nuestra condenación, y en el Día del Juicio Final sabremos cuál fue la palabra
que no quisimos escuchar y la obra de misericordia que no quisimos obrar, y que
nos hubieran salvado, pero entonces será tarde. Es por eso que hay que
aprovechar el tiempo, obrando la misericordia siempre y en todo momento,
mientras hay tiempo.
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