“Acumulen
tesoros en el cielo, porque donde esté tu tesoro, ahí estará tu corazón” (cfr. Mt 6, 19-23). Jesús nos enseña a
despreciar las riquezas terrenas y a apreciar, valorar y atesorar las riquezas
celestiales: “atesoren tesoros en el cielo”, y el motivo es que, adonde estén
nuestras riquezas, ahí estará nuestro corazón: si nuestras riquezas son
riquezas terrenas, nuestro corazón estará en la tierra; si nuestras riquezas
son riquezas celestiales, nuestro corazón estará en el cielo: “Acumulen tesoros
en el cielo, porque donde esté tu tesoro, ahí estará tu corazón”. Es decir,
Jesús no nos prohíbe acumular tesoros; al contrario, nos estimula a hacerlo,
pero nos sí nos advierte qué clase de tesoros debemos acumular y qué clase de
tesoros no: debemos acumular los tesoros del cielo, mientras que no debemos
acumular los tesoros de la tierra, y la razón es que el corazón se queda
apegado a los tesoros, cualesquiera estos sean. Es conocido uno de los milagros
de San Antonio de Padua, en el que se reveló, precisamente, el contenido del
corazón de un avaro[1]:
se celebraba en Toscana, una región de Italia, las exequias de un hombre muy
rico, de forma solemne. En el funeral se encontraba presente San Antonio, el
cual, movido por una inspiración sobrenatural, les dijo a todos que el difunto no
tenía que ser enterrado en un sitio consagrado, sino fuera de las murallas de
la ciudad, es decir, no debía ser enterrado en un cementerio cristiano, sino
fuera de él. La razón que aducía el santo era precisamente este pasaje
evangélico: “Donde está tu tesoro, allí está también tu corazón”, y como este
hombre había sido avaro toda su vida y había muerto sin arrepentimiento de su
avaricia, decía San Antonio, aquel cadáver no tenía corazón. Luego de deliberar
un rato, todos hicieron caso al santo y, al abrir el pecho del difunto,
constataron que, en vez del corazón, se encontraba la caja fuerte donde
conservaba su dinero. Por ese motivo, no fue sepultado en el mausoleo que se le
había preparado, sino llevado fuera de las murallas de la ciudad y allí fue
sepultado[2].
“Acumulen
tesoros en el cielo, porque donde esté tu tesoro, ahí estará tu corazón”. Si evitamos
el mal, si vivimos en gracia, si obramos la misericordia, si acudimos a la
Virgen en toda circunstancia, como a nuestra Madre del cielo, obtendremos
muchos tesoros en el cielo. Y si adoramos a Jesús en la Eucaristía, nuestro
corazón no solo no será reemplazado por el dinero, como le sucedió al avaro del
milagro de San Antonio, sino que nuestro corazón será uno solo con el Sagrado
Corazón Eucarístico de Jesús.
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