“Amen
a sus enemigos” (Mt 5, 43-48). Jesús deja
un mandamiento que supera al mandamiento de la Ley Antigua que estipulaba “amar
al prójimo y odiar al enemigo”: “ama a tu enemigo”. Este mandamiento nuevo de
Jesús es un claro signo de que su religión es de origen divino, puesto que, de
ninguna manera, es posible cumplirlo con las solas fuerzas humanas. Humanamente,
a un enemigo se lo puede llegar incluso hasta perdonar, pero no “amar” y mucho
menos en el grado y en el sentido en el que Jesús lo pide en su mandamiento
nuevo, y ésa es la razón por la cual el mandamiento de Jesús es nuevo y de
origen divino.
“Amen
a sus enemigos”. El mandamiento de Jesús no es fácil de cumplir, pero tampoco
imposible, porque Jesús no manda nada imposible; ahora bien, para poder cumplir
con este mandamiento, es necesario realizar un itinerario espiritual, y veremos
en qué consiste. Cuando Jesús dice: “amen a sus enemigos”, está diciendo que
amemos y perdonemos –para amar hay que perdonar primero- con el amor y el
perdón con el cual Él nos amó y nos perdonó primero desde la cruz, de modo
personal e individual, a cada uno. Esto quiere decir que, para que seamos
capaces y estemos en grado de verdaderamente perdonar y amar a nuestros
enemigos con el perdón y el amor con los cuales Jesús nos amó y perdonó desde
la cruz, es necesario acudir a Él en la cruz, puesto que Jesús crucificado es
la Fuente del perdón y del Amor; sus heridas abiertas, su Corazón traspasado y
su Sangre derramada, son la fuente inagotable del perdón divino y del Amor
Eterno con los cuales Dios no solo olvida para siempre nuestros pecados, sino
que nos abraza y nos concede la totalidad de su Amor Divino, contenido en el
Sagrado Corazón de Jesús. Y para que el acceso al perdón y al Amor de Dios,
donados en Cristo Jesús, sea más fácil y directo, al pie de la cruz, al lado de
Jesús crucificado, se encuentra Nuestra Señora de los Dolores, la Virgen, que
será quien llevará nuestro pedido de no solo no caer en la tentación de
vengarnos de nuestros enemigos con el “ojo por ojo y diente por diente”, sino
de vivir, para con ellos, el mandamiento nuevo de la caridad de Jesús, de
perdonar y amar a nuestros enemigos, con el mismo perdón y con el mismo Amor con
el cual Él nos perdonó y amó desde la cruz. Sólo así, seremos “perfectos, como
es “perfecto nuestro Padre que está en el cielo”.
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