“No he venido a abolir la Ley o los Profetas, sino a dar cumplimiento” (Mt 5, 17-19). Jesús viene a inaugurar un
nuevo movimiento religioso y una nueva Iglesia –“las puertas del infierno no prevalecerán
sobre mi Iglesia”[1]-
y por eso mismo debe explicar su posición con respecto a la ley mosaica[2]: no ha venido a abrogarla sino a perfeccionarla. No podría de ninguna
manera abrogarla, siendo Él el mismo Dios que la instituyó, y siendo como es,
la ley mosaica, fundada en el orden natural. Jesús no viene a abolir la Ley,
sino a perfeccionarla, y la perfección consiste no solo en que el orden moral
antiguo no pasará, sino que surgirá a una nueva vida, que le será infundida con
un nuevo espíritu. La ley antigua, por el hecho de ser ley, sólo podía
controlar con efectividad los actos externos; el nuevo espíritu penetra hasta
la parte más recóndita del ser del hombre y sus sanciones son de orden
espiritual[3].
La razón de la
mayor perfección y santidad de este nuevo orden moral, es que éste se originará
en la vida de la gracia, infundida por Jesús a través de su sacrificio en cruz
y derramamiento de Sangre. El nuevo espíritu, concedido por la gracia, hará que
“ni la letra más pequeña, ni la tilde de una letra, pasarán”[4]. A partir de Jesús, ya no
bastará con “no matar”; ahora el mero enojo hacia el prójimo será una falta
contra la Nueva Ley, un pecado; ya no bastará con “no cometer adulterio”, ahora
“desear a la mujer del prójimo” será pecado. La Nueva Ley de Jesucristo es
mucho más exigente que la Ley Antigua, porque escruta lo más profundo del
hombre, y no meramente los actos externos. La razón de esta perfección en el
orden moral nuevo de Jesús se debe a que, a partir de Jesucristo, por la gracia
santificante, Dios Uno y Trino inhabitará en el alma en gracia y convertirá al
cuerpo en “templo del Espíritu Santo”[5]. También el paladar será
más exquisito: al cristiano no sólo no le satisfarán los manjares terrenos,
sino que ya no le servirá de nada comer el cordero terrenal, asado con el fuego
de la tierra, de la Pascua antigua: ahora, el cristiano, se alimentará con un
banquete nuevo, un banquete no preparado en la tierra; el cristiano se
alimentará con un manjar exquisito, celestial, sobrenatural, el Cordero de
Dios, cuya Carne gloriosa será asada en el Fuego del Espíritu Santo; además, se
saciará con el Pan Vivo bajado del cielo, que le concede la Vida eterna, y
beberá del Vino de la Nueva Alianza, la Sangre que brota del Corazón traspasado
del Cordero. Es este nuevo orden de cosas, el que Jesús viene a instaurar, y es
esto lo que quiere decir que no viene a abrogar la ley, sino a perfeccionarla.
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