(Domingo
XII - TO - Ciclo B – 2015)
“¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?”
(Mc 4, 35-41). Jesús y los discípulos
suben a la barca para “cruzar a la otra orilla”. Mientras navegan, Jesús se
queda dormido; al mismo tiempo, se desata un fuerte vendaval, que levanta
grandes olas, las cuales amenazan con hundir a la nave. Los discípulos, llenos
de temor frente a la posibilidad de naufragar, despiertan a Jesús, y Jesús,
increpando al viento y a las olas, calma instantáneamente la tormenta. La fuerza
de las palabras de Jesús, que hacen cesar de inmediato a la fuerte tormenta,
provoca el asombro y la admiración entre los discípulos, quienes se preguntan
unos a otros: “¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?”.
La escena, real -lo que se relata en la Biblia son hechos reales, históricos-, es al mismo tiempo simbólica y representativa de realidades
sobrenaturales: la barca es la Iglesia; los discípulos son los bautizados;
Jesús, que extrañamente duerme en la barca, a pesar de la fuerte tormenta, es
Jesús en su Presencia Eucarística, que con su silencio exterior, pareciera como
si estuviera ausente o como si no hablara, o como si estuviera dormido, frente
a los continuos ataques que sufre su Iglesia; el mar embravecido y el viento
que levanta las fuertes olas, representan tanto al mundo anti-cristiano como al
demonio y al Infierno, que odian a Cristo y a la Iglesia y que, valiéndose de sus
tenebrosas y oscuras fuerzas malignas, procuran en todo momento hundir a la
Iglesia, la Barca de Pedro; el temor de los discípulos y el hecho de que acudan
a Jesús, indica falta de fe en la divinidad de Jesús por parte de los hombres
de Iglesia y que se cumplirán las palabras de Jesús: “Cuando venga el Hijo del
hombre, ¿encontrará fe en la tierra?” (Lc
18, 8).
Ahora bien, no es extraño el hecho de que Jesús domine, con
su solo querer y con su sola palabra, al viento y al mar, puesto que Él es Dios
y Él es su Creador, y en cuanto Dios y Creador, el viento y el mar le están
sometidos, en cuanto creaturas, a su completo querer y esta es la razón por la
cual, a una orden de su voz, se aquietan por completo. Pero dijimos que la
escena era simbólica y representativa de realidades sobrenaturales, lo cual
significa que este dominio que de la naturaleza tiene el Hombre-Dios, se
traslada también, por analogía, al plano preternatural, al plano angélico: si
el viento y el mar representan al infierno y al mundo anti-cristiano, también
estos están bajo el completo y total control del Hombre-Dios Jesucristo, por lo
que bastaría con una sola orden de su voz, para que el mundo entero se
pacificara, para que la Iglesia toda no solo viviera en paz y en armonía, sino
que fuera elevada a los más altos grados de santidad y para que el infierno todo se hundiera en los Abismos para siempre, para no molestar nunca más a los hombres. Esto es lo que sucederá en el Último Día, en el Día del Juicio Final, cuando Jesús diga: "¡Basta!" a la maldad del hombre y comience a juzgar a las naciones.
Sin
embargo, hasta ahora vemos que no es esto lo que sucede; en nuestros días, pareciera que
estamos viviendo los momentos relatados por el Evangelio, parecen los momentos en
que la Barca de Pedro es zarandeada por los fuertes vientos y por las olas
gigantescas del mundo anticristiano, puesto que nuestro siglo es el siglo en el que más
persecuciones y mártires hay en toda la historia de la Iglesia, y así lo ha
remarcado en numerosas oportunidades el Papa Francisco, y es el siglo también en el que se han legislado la mayor cantidad de leyes inhumanas que
atentan contra el hombre desde su nacimiento hasta la muerte. Así vemos cómo la cultura de la
muerte se impone, día a día, con las leyes del aborto, de la eutanasia, de la
fertilización asistida; en nuestro país, se ha aprobado el aborto libre e
irrestricto, sin derecho a ejercer la libertad de conciencia y violando la
libertad religiosa[1];
en Holanda, se aplica la eutanasia a niños menores de doce años[2]-; además,
el mundo está convulsionado por innumerables guerras a pequeña escala; por el
crecimiento descontrolado del fenómeno de la drogadicción, de la violencia, del
materialismo, del hedonismo, y todo esto, como consecuencia de un mundo que cada vez
más se aleja de Dios y de sus Mandamientos. Es decir, pareciera que estamos en
el momento de la escena evangélica en el que la barca es agitada por la
tormenta mientras Jesús duerme, y por lo tanto, corremos el riesgo del
naufragio y del hundimiento en el caos y en la nada; sin embargo, no debemos
olvidarnos que Jesús en la Eucaristía es Dios Hijo encarnado y que no solo no
duerme, sino que, por el contrario, está atento y escrutando todos los
pensamientos y movimientos de los hombres, anotando escrupulosamente todas sus
acciones, las buenas y las malas, en el Libro de la Vida, hasta que Él vuelva
como Justo Juez, en el Último Día.
“¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?”. En el Evangelio, después de que Jesús calma la tormenta, los discípulos se asombran porque Jesús, el Hombre-Dios, domina al viento y a
las olas, pero eso es natural, puesto que Él es Dios, así como es natural que
Él domine al demonio, al infierno todo y al mundo, por su omnipotencia. Pero lo
que Dios no domina –no porque no pueda, sino porque respeta-, es al hombre,
debido a su libre albedrío, y aquí hay una segunda analogía en la que podemos
aplicar las figuras del viento y el mar embravecidos, y es el corazón del
hombre rebelado contra Dios, solo que, a diferencia del viento y el mar del
episodio del Evangelio, que como creaturas, obedecen dócilmente a su Creador,
en el caso del hombre, este no responde, en muchos casos, a la dulce voz de su
Señor. Es decir, el corazón del hombre sin Dios está también representado en el
viento y en el mar embravecidos, pero a diferencia del viento y el mar –y también,
por analogía, el mundo y el infierno-, que son dominados con el solo querer del
Hombre-Dios Jesucristo, el corazón del hombre, rebelado contra Dios, por un
misterio que sólo Dios puede develar, en muchas ocasiones, no se aquieta ni
siquiera frente a la omnipotencia del Amor Divino, de la Palabra de Dios
eternamente pronunciada, Cristo Jesús. En otras palabras, Jesús domina el
viento y el mar con la sola orden de su voz, pero muchas veces no puede
dominar, ni con su Palabra, ni con su Cuerpo entregado, ni con su Sangre
derramada, al corazón del hombre rebelado contra Dios, puesto que el hombre no
le obedece, como el viento y el mar sí le obedecen.
“¿Quién
es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?”. Que nuestros corazones, no
sean corazones desobedientes al Amor de Dios encarnado y manifestado en el
Cuerpo de Jesús, entregado en la cruz y en su Sangre, derramada en el cáliz,
sino que sean como el viento y el mar que, dóciles ante su Creador, se rindan
ante el Divino Amor que se dona a sí mismo en la mansedumbre del Pan Vivo bajado del cielo, la
Eucaristía.
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