"El Reino de Dios es como un grano de mostaza..."
(Domingo
XI - TO - Ciclo B – 2015)
“El Reino de Dios es como un grano de mostaza…” (Mc 4, 26-34). Jesús compara al Reino de
Dios con “un grano de mostaza”: así como este grano comienza siendo una
pequeñísima semilla, y luego termina convirtiéndose en un árbol o en arbusto de
gran tamaño, al cual las aves del cielo eligen para hacer sus nidos, así el
Reino de Dios entre los hombres, comienza siendo pequeñísimo, porque en sus
inicios nadie lo conoce y porque su manifestación pasa desapercibida; sin
embargo, a medida que pasa el tiempo y la historia de la humanidad, la
potencialidad divina encerrada en las primeras manifestaciones del Reino,
llegan a su plenitud, hasta llegar a su máxima plenitud en el Último Día de la
humanidad, en el Día del Juicio Final, en el que el Reino de Dios se
manifestará en todo su esplendor, convirtiéndose en ese momento, en el que el
tiempo dejará paso a la eternidad, en un reino de “gran tamaño”, pues será
observado por toda la humanidad, sin excepción.
En sus inicios, el Reino de Dios es “pequeño, como un grano
de mostaza”, porque contrasta su santidad y bondad, que derivan de la santidad
y bondad del Ser divino trinitario, que viene a establecerla y propagarla por
Jesucristo, el Hombre-Dios en el mundo, con la inmensidad de la oscuridad y de
las tinieblas que envuelven al mundo, que yace “bajo el poder del maligno” (1 Jn 5, 19) y bajo las tinieblas que
brotan de los más profundo del corazón del hombre, según lo declara el mismo
Jesús: “Es del corazón del hombre de donde salen toda clase de males: las malas
intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la
avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la
difamación, el orgullo, el desatino” (cfr. Mc
7, 1-8. 14-15. 21-23). Es decir, el Reino de Dios, que es Reino de justicia, de
santidad, de paz, de alegría, de bondad, de amor, de caridad, de amistad, de
perdón, y que viene a ser establecido por Jesucristo, es pequeño en sus
inicios, cuando llega Jesús –tan pequeño como un grano de mostaza-, porque lo
que predomina en el mundo, en los tiempos de la Primera Venida de Jesucristo al
mundo, son las tinieblas del error, de la ignorancia, del pecado y de la
muerte, difundidos por doquier, tanto por el demonio, bajo cuyo poder yace el
mundo, como por los hombres, seducidos y sometidos a él a causa del pecado
original de los primeros padres, Adán y Eva.
Sin embargo, el Reino de Dios, pequeño al inicio como un
grano de mostaza, puesto que posee en sí mismo la fuerza de la santidad divina,
que vence a las tinieblas, que vence por sí misma al pecado, al error y a la
ignorancia, va creciendo paulatinamente, a medida que ese Reino, por medio de
la gracia, se expande no tanto exteriormente, en las estructuras e instituciones
de los hombres, sino ante todo en el interior, en lo más profundo y en la raíz del
ser de los hombres, y es así como este Reino, pequeño en un inicio como un
grano de mostaza, va creciendo paulatinamente, hasta que llega a ser un robusto
árbol, que es la imagen utilizada por Jesucristo, cuando la gracia se apodera
de las almas y las sustrae del poder de las tinieblas.
Por este motivo es que podemos decir también que con la
parábola del grano de mostaza, se preanuncia además la gracia santificante,
propia del Reino de los cielos: la gracia, como el Reino, al inicio es pequeña,
pero cuando crece, es un arbusto tan grande, que “los pájaros del cielo
van a hacer nido en sus ramas”. Y quien
concede la gracia santificante es Jesús, en cuanto Hombre-Dios, el Dador de la
gracia y la Gracia Increada en sí misma y concede la gracia, propia de la Nueva
Alianza, a través de su sacrificio en cruz y el derramamiento de su Sangre.
“El
Reino de Dios es como un grano de mostaza…”. La parábola se aplica al Reino y
se aplica a la gracia, y se puede aplicar, por extensión, al alma, que es el
sujeto en el que inhiere, en el que asienta la gracia, y en quien se manifiesta
el Reino de Dios. Es por este motivo que la parábola puede también aplicarse al
alma, ya que sin la gracia divina, el alma es pequeña –como la semilla de
mostaza-, mientras que con la gracia de Dios, alcanza un tamaño insospechado,
que supera miles de veces su pequeñez original. Esto se ve en los santos, que
llegaron a las más altas cumbres de la santidad, no por ellos mismos, sino por
la gracia divina. De todos los santos que están en el cielo, absolutamente
todos, deben su gloria y su grandeza a la gracia divina; dicho de otra manera,
sin la gracia divina, ninguno de los santos –el Padre Pío, Santa Margarita, San
José, San Antonio, o cualquier santo que se nos ocurra-, no solo jamás habrían
alcanzado la gloria de la vida eterna, sino que habrían permanecido pequeños e
insignificantes, como pequeño e insignificante es un grano de mostaza, y como
pequeña e insignificante es un alma sin la gracia de Dios.
Ahora
bien, si el alma es el grano de mostaza que por la gracia alcanza un tamaño
miles de veces superior al original, y se vuelve tan grande como un árbol, en
el que las aves del cielo van a hacer sus nidos; ¿qué representan estas aves
del cielo? Representan a las Tres Personas de la Santísima Trinidad, que
inhabitan en el alma en gracia y hacen de ese corazón su morada más preciada.
“El
Reino de Dios es como un grano de mostaza…”. Entonces, la enseñanza de esta parábola
es que, además de hacernos ver que el Reino de Dios, inicialmente pequeño,
crecerá hasta convertir en sus súbditos por el Amor a toda la humanidad en el
Día del Juicio Final, la otra enseñanza es que nos permite apreciar además el
valor inestimable de la gracia, que convierte nuestra pequeña alma, que
inicialmente es pequeña como el grano de mostaza, en el árbol gigante o en el arbusto
gigante –nuestra alma es la semilla de mostaza pequeña al inicio que creció
hasta transformarse en árbol-, y esto significa el alma que recibió la gracia:
al inicio, era pequeña e insignificante, porque la naturaleza humana es pequeña
e insignificante; sin embargo, cuando recibe la gracia, se transforma en un
gran árbol o arbusto, en el que “van a hacer su nido los pájaros”, los cuales representan
a las Tres Divinas Personas, que inhabitan en el alma en gracia, y que por lo
mismo, vive ya, en anticipo, en la tierra, el Reino de los cielos.
Que
la Virgen, Divina Agricultora, cultive nuestra alma, pequeña como el grano de
mostaza, para que crezca robusta como el más grande de los árboles, en cuyas
ramas, el corazón, vayan a cobijarse las aves del cielo, las Tres Divinas
Personas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
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