“¿Eres
Tú el que ha de venir?” (Lc 7, 19-23).
Juan el Bautista envía a dos de sus discípulos a preguntar a Jesús si Él es el
Mesías “que ha de venir”. Jesús no responde con palabras, sino mediante las
obras que Él realizado: curación de enfermos, dar la vista a los ciegos,
expulsar demonios, resucitar muertos. Las obras de Jesús hablan por sí mismas acerca
de su condición divina, porque se trata de milagros que no pueden ser
realizados sino por el poder de Dios. Ahora bien, puesto que Jesús se atribuye
a sí mismo la condición de Hijo de Dios, igual al Padre, entonces las obras de
Jesús, sus milagros, son milagros realizados con el poder divino, que indican
que Quien las hizo era Dios en Persona, y no simplemente un hombre santo con el
poder divino participado por Dios. Es decir, al contestar indirectamente, como diciendo: "Mira todos estos milagros, hechos por Mí, que soy Dios en Persona, Jesús le dice al Bautista: "Sí, Soy Yo el que ha de venir, tu Dios, el Dios que Es, que Era y el que Vendrá".
Parafraseando a Juan el Bautista, nosotros le preguntamos a Jesús en la Eucaristía: “¿Eres Tú el que ha de venir al fin de
los tiempos? ¿Eres Tú el que vienes para Navidad, para nacer en nuestros
corazones? ¿Eres Tú el que viene en cada Santa Misa, renovando el Santo
Sacrificio de la cruz, entregando tu Cuerpo en la Eucaristía y derramando tu
Sangre en el cáliz?”. Y Jesús, desde la Eucaristía, en el silencio, sin
palabras, y en lo más profundo de la raíz de nuestro ser, nos dice: “Sí, Soy
Yo, tu Dios, el que Es, el que Era y el que Vendrá”.
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