(Domingo
IV - TA - Ciclo C - 2015 – 16)
“¿Quién
soy yo, para que la Madre de mi Señor, venga a visitarme?” (Lc 1, 39-45). Cuando la Virgen se entera
de que su prima Santa Isabel ha quedado encinta y necesita ayuda, se pone en
camino “inmediatamente”, para ir a socorrer a su prima. Además de darnos
ejemplo de misericordia heroica para con los más necesitados, porque la Virgen
acude a ayudar a su prima encinta -estando Ella misma encinta, afrontando los
riesgos de un viaje largo y riesgoso-, en la Visitación de la Virgen a Santa
Isabel hay numerosos signos sobrenaturales que indican que la Visitación
trasciende absolutamente los límites de la caridad fraterna, cuyo ejemplo
heroico nos da María, ubicándose de lleno en el designio divino de salvación.
En efecto, en la Visitación de la Virgen interviene, ante todo, el Espíritu
Santo, que es quien ilumina tanto a Santa Isabel como al Bautista, que está en
el vientre de su madre. La Presencia del Espíritu Santo, con la llegada de
María, se puede determinar en los siguientes hechos: en cuanto a Santa Isabel,
es el mismo Evangelio el que revela que Isabel está “llena del Espíritu Santo”:
“Apenas esta (Santa Isabel) oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en
su vientre, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó…”.
La
reacción de Santa Isabel ante el saludo de María, no corresponden a los
habituales saludos familiares de quienes no se ven desde hace tiempo: no saluda
a María como a su prima, como debería ser, sino como la “Madre de mi Señor”, es
decir, reconoce a la Virgen como a la Madre de Dios y al Niño que lleva María
como a su “Señor”, es decir, como a su Dios y esto se debe a que está “llena
del Espíritu Santo”, porque se trata de conocimientos que superan absolutamente
la razón humana y de ninguna manera podría tenerlos Isabel, sino fuera porque
está asistida por el Espíritu Santo.
Pero
también el niño, Juan Bautista, que está en el vientre de Isabel, demuestra
estar “lleno del Espíritu Santo”, porque “salta de alegría” en el seno de
Isabel por la llegada del Mesías: es un conocimiento sobrenatural, dado por el
Espíritu Santo, y es también una alegría sobrenatural, porque se alegra por la
llegada del Mesías, no porque es su primo.
Pero
la Presencia del Espíritu Santo, además del conocimiento y de la alegría
sobrenaturales demostrados por Isabel y el Bautista, se comprueba en una
virtud, que es el sello distintivo de quienes pertenecen a Dios, y es la
humildad, que lleva a Santa Isabel a no considerarse digna de ser visitada por
la Virgen: “¿Quién soy yo, para que la Madre de mi Señor, venga a visitarme?”.
Como
podemos ver en la escena de la Visitación, no hay nada mejor que pueda
sucederle a un alma, que el ser visitada por María Santísima, puesto que la
Llegada de la Virgen es siempre causa de alegría: trae a Jesús con Ella y
Jesús, que es Dios, trae su Amor, el Amor de Dios, el Amor del Padre y del
Hijo, el Espíritu Santo.
La
escena de la Visitación, por lo tanto, nos enseña cómo prepararnos espiritualmente
para Navidad: con la humildad de Santa Isabel -mucho más que Isabel, que era santa porque "llena del Espíritu Santo", debemos decir nosotros, que somos "nada más pecado": "¿Quién soy yo, para que la Madre de mi Señor, venga a visitarme?"- e implorando la asistencia del
Espíritu Santo, porque es la Virgen, encinta y a punto de dar a luz, la que nos
visitará para Navidad para dar a luz a su Niño Dios en nuestros corazones. Que
por intercesión de Santa Isabel, sea la Virgen en persona la que disponga
nuestros corazones para que la recibamos a Ella, que nos trae a su Hijo Jesús
y, con Él, el Amor de Dios.
muy buena página.. gracias, abrazo en cristo salvador!!!
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