“No
escuchan ni a Juan ni al Hijo del hombre” (Mt
11, 16-19). Con el ejemplo de dos grupos de muchachos, uno de los cuales no
quiere ni bailar ni llorar con el otro grupo, Jesús se refiere a aquellos que,
buscando cualquier pretexto, posponen la conversión, la oración y todo tipo de
deber de amor para con Dios. El grupo que se niega tanto a llorar como a bailar
–los que rechazan la llamada a la conversión tanto de Juan como la suya misma-
son los cristianos que, debido a que no quieren convertirse, porque no quieren
saber nada de Jesucristo, ni de su mandamiento del amor, ni de su Iglesia, ni
de sus sacramentos, se excusa bajo falsos pretextos, con tal de permanecer en
su vida apegada a lo terreno. Aquí pueden incluirse los que conviven durante
años, pero postergan inexplicablemente el sacramento del matrimonio; pueden
incluirse también los que no bautizan a sus hijos, esperando que lleguen a una “mayoría
de edad” para que elijan “libremente”; pueden incluirse también los que los
bautizan, pero luego no se preocupan por la formación catequética para la Primera
Comunión y Confirmación; los que postergan indefinidamente la Confesión
Sacramental, etc. Obrando de esta manera, se comportan como la muchedumbre que
eligió a Barrabás, como si fuera el salvador, mientras que al Salvador, Jesús, lo
trataron como un delincuente, porque lo condenaron a muerte, apartándose de Él:
se apartan de Jesús, tanto hoy como ayer, como si Jesús fuera un bandido, que
fuera a hacerles daño, cuando es el Cordero de Dios que viene a darles la vida
eterna.
“No
escuchan ni a Juan ni al Hijo del hombre”. Tanto Juan el Bautista como Jesús,
predican la conversión del corazón. No seamos como el grupo de muchachos necios
que, buscando cualquier excusa, se alejan del Hombre-Dios Jesucristo.
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