“No ha nacido ningún hombre más grande que el Bautista” (cfr. Mt 11, 11-15). Nuestro Señor alaba a
Juan el Bautista, pero no tanto por su santidad personal, como por el papel que
tan fielmente desempeñó en el plan divino[1]. Él
es el puente entre el orden antiguo y el nuevo, entre el Antiguo Testamento y
el Nuevo; es el que anuncia el cumplimiento de las profecías mesiánicas; es el
que, lleno del Espíritu Santo, señala a Jesucristo y dice: “Este es el Cordero
de Dios, que quita el pecado del mundo”; es el que viste con piel de camellos,
se alimenta con langostas y predica en el desierto la conversión del corazón
para estar preparados para la llegada del Mesías, para su aparición pública; es
el que da su vida en testimonio de Cristo Esposo, el Hijo de Dios que se une
esponsalmente a la humanidad en la Encarnación.
Es necesario conocer al Bautista, porque todo cristiano
está llamado a imitarlo y a participar de su misión: como el Bautista, todo
cristiano está llamado a señalar, con la luz y el conocimiento sobrenaturales
proporcionados por el Espíritu Santo, a Cristo, diciendo de Él, en su Presencia
eucarística: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”; todo
cristiano está llamado a vivir austera, sobria y castamente como el Bautista, y
a predicar en el desierto del mundo la conversión del corazón, necesaria para
recibir la gracia santificante del Verbo de Dios; todo cristiano está llamado a
dar su vida, ya sea en el martirio cruento, o en el martirio incruento, diario
que significa dar testimonio de fe y de vida cristianos, al igual que el
Bautista, testimoniando a Jesucristo, el Verbo de Dios que en la Encarnación se
unió nupcialmente a la humanidad, para dotarla con la gracia y la santidad
divinas; al igual que el Bautista, que anunció en el desierto al Mesías que habría
de aparecer en el mundo, todo cristiano está llamado a anunciar a Cristo Dios,
el Mesías, que vino en Belén, que vendrá al fin de los tiempos, en una nube,
lleno de poder y de gloria, para juzgar a la humanidad, que viene en cada
Eucaristía, oculto en apariencia de pan.
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