(Ciclo C - 2015)
"María dio a luz a su Hijo
primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre" (Lc
2, 1-14). Si se considera sólo este párrafo, o si se mira la escena con la sola
razón humana, el Nacimiento de Jesús no pasaría de ser otro más entre tantos,
con la particularidad de que se trata de un nacimiento muy pobre, en un lugar
no apto para seres humanos, porque es un refugio para animales. Si se lee sólo
este párrafo, sin la luz sobrenatural de la fe, parecería que se trata del
nacimiento de un niño palestino más, en medio de la soledad y el frío de la
noche, y en medio de la indiferencia del resto de los hombres.
Sin embargo, no se trata de un
nacimiento más entre tantos, ni de un niño más entre tantos: se trata del
Nacimiento del Niño Dios, del Mesías, del Emanuel, el "Salvador" de
la humanidad. Esto se desprende de las palabras con las que los ángeles de Dios
anuncian a los pastores lo que ha sucedido: "Les ha nacido un Salvador, la
señal es el Niño acostado en el pesebre y envuelto en pañales". El
Salvador de la humanidad, nace en la noche, en un portal, un refugio de
animales, ante la indiferencia de quienes, despreocupadamente, no dieron lugar
a su Madre encinta en las ricas posadas de Belén; el Redentor de los hombres,
Dios Hijo encarnado, el Creador de cielos y tierra, el Hacedor del universo
visible e invisible, nace con la sola compañía de, además de sus padres, María
y José, un buey y un asno, ante la completa indiferencia e ignorancia de los
hombres, por quienes habría de entregar un día su vida en el Santo Sacrificio
de la Cruz. La noticia del Nacimiento les es comunicada, por los ángeles, a
unos humildes pastores que, al momento del Nacimiento, se encontraban
cumpliendo su trabajo: estos -a diferencia de los demás hombres, que permanecen
en la indiferencia-, dando crédito al celestial anuncio acuden presurosos, con
fe y con amor, a adorar a su Dios nacido como Niño.
Hoy, a más de veinte siglos de
distancia, se dan circunstancias similares a las del Nacimiento del Niño Dios
en Belén: el Salvador quiere nacer, no ya en un portal terreno, sino en todos
los corazones de todos los hombres, pero al igual que entonces, cuando no hubo
lugar para Él en las ricas posadas de Belén, también hoy carece de lugar para
nacer, porque los ricos -no necesariamente ricos de bienes materiales, sino ricos
en el sentido de ser soberbios-, no le permiten entrar en sus corazones y en
sus vidas y es por eso que Jesús nace en los corazones e quienes, sabiéndose “nada
más pecado”, sabiéndose poseedores de corazones pobres de amor, oscuros y fríos
como el portal, desean sin embargo recibir al Niño Dios y darle lugar para que
pueda nacer en ellos, necesitados de conversión. Y así como el pobre y oscuro
Portal de Belén, al nacer el Niño, se iluminó con el esplendor de la gloria
divina que de Él surgía como de su fuente Increada, así también, en las almas
humildes –que no es igual necesariamente a pobres materialmente- en las que
Dios Niño nace por la gracia, brilla el fulgor resplandeciente del Niño de
Belén, quien les comunica su vida divina, su gracia, su paz y su Amor
celestial.
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