viernes, 25 de diciembre de 2015

Solemnidad de la Natividad del Señor


      (Ciclo C - 2015)   
    "María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre" (Lc 2, 1-14). Si se considera sólo este párrafo, o si se mira la escena con la sola razón humana, el Nacimiento de Jesús no pasaría de ser otro más entre tantos, con la particularidad de que se trata de un nacimiento muy pobre, en un lugar no apto para seres humanos, porque es un refugio para animales. Si se lee sólo este párrafo, sin la luz sobrenatural de la fe, parecería que se trata del nacimiento de un niño palestino más, en medio de la soledad y el frío de la noche, y en medio de la indiferencia del resto de los hombres.
         Sin embargo, no se trata de un nacimiento más entre tantos, ni de un niño más entre tantos: se trata del Nacimiento del Niño Dios, del Mesías, del Emanuel, el "Salvador" de la humanidad. Esto se desprende de las palabras con las que los ángeles de Dios anuncian a los pastores lo que ha sucedido: "Les ha nacido un Salvador, la señal es el Niño acostado en el pesebre y envuelto en pañales". El Salvador de la humanidad, nace en la noche, en un portal, un refugio de animales, ante la indiferencia de quienes, despreocupadamente, no dieron lugar a su Madre encinta en las ricas posadas de Belén; el Redentor de los hombres, Dios Hijo encarnado, el Creador de cielos y tierra, el Hacedor del universo visible e invisible, nace con la sola compañía de, además de sus padres, María y José, un buey y un asno, ante la completa indiferencia e ignorancia de los hombres, por quienes habría de entregar un día su vida en el Santo Sacrificio de la Cruz. La noticia del Nacimiento les es comunicada, por los ángeles, a unos humildes pastores que, al momento del Nacimiento, se encontraban cumpliendo su trabajo: estos -a diferencia de los demás hombres, que permanecen en la indiferencia-, dando crédito al celestial anuncio acuden presurosos, con fe y con amor, a adorar a su Dios nacido como Niño.
         Hoy, a más de veinte siglos de distancia, se dan circunstancias similares a las del Nacimiento del Niño Dios en Belén: el Salvador quiere nacer, no ya en un portal terreno, sino en todos los corazones de todos los hombres, pero al igual que entonces, cuando no hubo lugar para Él en las ricas posadas de Belén, también hoy carece de lugar para nacer, porque los ricos -no necesariamente ricos de bienes materiales, sino ricos en el sentido de ser soberbios-, no le permiten entrar en sus corazones y en sus vidas y es por eso que Jesús nace en los corazones e quienes, sabiéndose “nada más pecado”, sabiéndose poseedores de corazones pobres de amor, oscuros y fríos como el portal, desean sin embargo recibir al Niño Dios y darle lugar para que pueda nacer en ellos, necesitados de conversión. Y así como el pobre y oscuro Portal de Belén, al nacer el Niño, se iluminó con el esplendor de la gloria divina que de Él surgía como de su fuente Increada, así también, en las almas humildes –que no es igual necesariamente a pobres materialmente- en las que Dios Niño nace por la gracia, brilla el fulgor resplandeciente del Niño de Belén, quien les comunica su vida divina, su gracia, su paz y su Amor celestial.


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