"La misericordiosa ternura de
nuestro Dios nos traerá al Sol naciente, que iluminará a los que viven en
tinieblas y en sombras de muerte y guiará nuestros pasos por el camino de la
paz" (Lc 1, 67-69). Las palabras proféticas de Zacarías, iluminado
por el Espíritu Santo, describen al Mesías que ha de nacer en Belén -y del cual
Juan será su Precursor- como a la naturaleza de la misión que el mismo Mesías
desarrollará. En efecto, Zacarías llama al Niño de Belén "Poderoso
Salvador" que librará a los hombres de sus "enemigos y de los que los
odian": puesto que no se trata de un Mesías terreno, que viene a instaurar
un reino temporal, el Niño de Belén, el "Poderoso Salvador", librará
a los hombres de los ángeles caídos, los demonios que, comandados por la
Serpiente Antigua, el Diablo y Satanás, odian a los hombres por cuanto son la
creatura predilecta de Dios, creados "a su imagen y semejanza" y los
esclavizan por medio de las tentaciones y las pasiones, buscando su eterna
perdición. Jesús no ha venido para salvar a un solo pueblo de la tierra, el
pueblo de Israel, sino a toda la humanidad, y no ha venido a liberarlos de una
esclavitud terrenal y temporal, sino de una esclavitud espiritual y eterna, la
de la eterna condenación. Los otros enemigos del hombre, a los cuales el Niño
de Belén destruirá, son la muerte y el pecado, porque con su sacrificio
redentor, destruirá a una y otro, de una vez y para siempre.
Que sea un Mesías espiritual, que
instaurará un reino espiritual y que combatirá y destruirá a los enemigos
espirituales de la humanidad, queda de manifiesto en las palabras de Zacarías,
cuando dice que el Mesías es el "Sol que nace de lo alto", que
"iluminará a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte", y
quienes así viven son los hombres, que desde el pecado original de Adán y Eva,
viven inmersos en las tinieblas del pecado, del error y de la ignorancia,
alejados de Dios, que es Luz eterna, además de estar dominados y esclavizados
por las "sombras de muerte", que no son otra cosa que las sombras
vivientes del infierno, los demonios, arrojados del cielo y caídos a la tierra
por su inconcebible soberbia de pretender parecerse a Dios Uno y Trino.
Lo que moverá a Dios a mandar al
Mesías, que es su Hijo Unigénito, a nacer como un Niño desvalido en Belén, es
"su misericordiosa ternura", la cual "traerá del cielo al Sol
que nace de lo alto", Cristo Jesús, el Mesías, el Salvador, el cual, luego
de ofrendarse en el Santo Sacrificio del Altar, derrotando a los enemigos del
hombre, guiará a estos "por el camino de la paz", el Camino que es Él
mismo, el Camino que los conducirá, en el Espíritu Santo, al Padre.
Las palabras proféticas de Zacarías,
inspiradas por el Espíritu Santo, nos disponen para el verdadero espíritu de
Navidad: recibir en nuestros corazones, inmersos en las tinieblas, al "Sol
que nace de lo alto", el Niño Dios, que nace en Belén, Casa de Pan, para
donársenos como Pan de Vida eterna, para conducirnos, al fin de nuestras vidas,
al Reino de la paz, el seno del Padre eterno.
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