(Domingo
II - TO - Ciclo B – 2018)
“Éste
es el Cordero de Dios” (Jn 1, 35-42).
Juan el Bautista, que predica en el desierto el bautismo de conversión, al ver
pasar a Jesús, lo señala y le da un nombre nuevo: “Éste es el Cordero de Dios”.
Hasta ese momento, nadie había llamado así a Jesús. Para los demás, era “el
hijo del carpintero”, “el hijo de María”, “uno de nosotros”, pero no “el
Cordero de Dios”. ¿Por qué razón Juan el Bautista nombra a Jesús con este
nombre nuevo? Ante todo, no es un nombre impuesto por el Bautista, ni por
ningún hombre ya que le corresponde a Jesús por conquista y por naturaleza: por
conquista, porque Jesús, siendo Dios omnipotente, se comporta sin embargo en la
Pasión con toda mansedumbre y humildad, venciendo así a la furia homicida del
hombre pecador y del Ángel caído; por naturaleza, porque es Dios en Persona –es
la Segunda Persona de la Trinidad- y en cuanto Dios, es la paz en sí misma y es
la paz que da al hombre –“Os doy mi paz, no como la da el mundo”- luego de
vencer al pecado, a la muerte y al demonio en la cruz. Entonces, por la
mansedumbre, la humildad y la paz que brotan de su Ser divino trinitario y se
manifiestan en toda su vida terrena y sobre todo en la Pasión, es que Jesús
merece el título de “Cordero de Dios”. Pero hay una razón más por la cual es el
Bautista el que da este nombre nuevo a Jesús, es que el Bautista está iluminado
por Dios Padre, quien lo ilumina con el Espíritu Santo: “Aquél sobre quien veas
bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu
Santo” (cfr. Jn 1, 32) y el que bautiza
con el Espíritu Santo es el Cordero de Dios, y esa es la razón por la cual
Jesús recibe este nombre de parte de Juan el Bautista.
“Éste
es el Cordero de Dios”. El cristiano está llamado, en el desierto de este mundo
y de esta vida terrena, a continuar la misión del Bautista y esta misión se
cumple cuando, contemplando la Eucaristía e iluminado por el Espíritu Santo, el
cristiano exclama: “Éste es el Cordero de Dios”. La Eucaristía es Jesús, el Cordero de Dios, el mismo señalado por el Bautista en el desierto, el mismo Cordero que ofrendó su vida en la cruz por nuestra salvación, el mismo Cordero que, sentado a la derecha del Padre, recibe todo el honor, el amor, la adoración, la gloria y la majestad, por parte de los santos y ángeles, por la eternidad, en el Reino de los cielos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario