domingo, 7 de enero de 2018

Fiesta del Bautismo del Señor


(Ciclo B – 2018)

         La fiesta litúrgica del Bautismo del Señor es la segunda de las tres manifestaciones divinas del Redentor: la primera, fue ante los Reyes Magos, ante quienes manifestó su divinidad, resplandeciendo ante ellos con la luz de su gloria, significando así que los pueblos paganos de toda la tierra habrían de reconocer al Único y Verdadero Dios, Salvador del mundo, nacido de la Virgen Madre en un pobre Portal de Belén. La segunda manifestación es la manifestación de su omnipotencia divina en las Bodas de Caná, al convertir el agua en vino, realizando así el primer milagro público y dando inicio a su predicación de la Buena Noticia; la tercera es esta, la del Jordán, en la que se manifiesta como Dios verdadero, como Dios Hijo, de igual majestad, dignidad, honor y poder que el Padre y el Espíritu Santo. Es lo que se denomina “teofanía trinitaria”, en la que, por Jesucristo, Dios se revela en su constitución íntima, como Dios Uno y Trino: se ve visiblemente a Dios Hijo encarnado, se escucha la voz de Dios Padre que dice: “Este es mi Hijo muy amado”, y se ve al Espíritu Santo sobrevolar sobre Jesús, en forma de paloma, significando que es el Espíritu Santo, el Amor de Dios, la suave y dulce unción de la Humanidad Santísima del Mesías, realizada en el momento de su Encarnación en el seno virgen de María.
         Pero en la teofanía trinitaria del Jordán hay un misterio más: está preanunciado y significado el bautismo sacramental, llevado a cabo por la Iglesia en el signo de los tiempos, bautismo por el cual los hombres habrían de recibir el perdón de sus pecados, además de la gracia de la filiación divina, que los haría ser hijos adoptivos de Dios, con la misma filiación divina con la cual Dios Hijo es Hijo del Padre desde la eternidad.

         En efecto, al sumergirse Jesús en el Jordán, en esa inmersión está significada y comprendido el derrame de agua sobre la cabeza del bautizando, recibida en el bautismo sacramental. Al sumergirse Jesús, está significada su muerte en la cruz, y como en su humanidad nos lleva a todos, Él une a su muerte nuestra propia muerte personal, de cada hombre, y la de todo hombre. Al sumergirse, nos une místicamente a su muerte en cruz, y como en esta muerte en cruz Jesús nos lava nuestros pecados con su Sangre Preciosísima que brota de sus heridas abiertas, allí quedamos libres del pecado original y de todo pecado. Luego, al emerger de las aguas del Jordán, se significa y representa su resurrección, y como estamos unidos a Él en su muerte, así estamos unidos a Él en su resurrección, recibiendo de Él su Espíritu, el Espíritu Santo, el Espíritu de Dios, Espíritu de Vida, que nos vivifica con una vida nueva, la misma vida divina con la cual Jesús vive en el Padre y el Espíritu Santo desde la eternidad, y que se nos comunica por los sacramentos. Por último, la voz del Padre que se escucha en el Jordán diciendo: “Éste es mi Hijo muy amado”, al mismo tiempo que sobrevuela sobre Jesús el Espíritu Santo en forma de paloma, es lo que sucede, en el misterio del bautismo sacramental, cada vez que un alma recibe el bautismo de la Iglesia Católica: Dios Padre exclama, complacido, sobre el alma que se acaba de bautizar: “Éste es mi hijo adoptivo muy amado” y como signo de su amor, derrama, con el agua y las palabras de la fórmula bautismal, el Espíritu Santo, su Amor Divino, que sobrevuela sobre el neo-bautizando e ingresa en su cuerpo, al haber sido convertido en templo del Espíritu por el bautismo. En esta fiesta, los católicos celebramos no solo la teofanía trinitaria, sino que celebramos también que, en el Bautismo de Cristo en el Jordán, hemos sido incorporados, místicamente, a su muerte y resurrección, incorporación que se hace real, efectiva y orgánica con el bautismo sacramental. Celebramos, en última instancia, el haber sido incorporados y hechos partícipes del misterio pascual de muerte y resurrección del Señor; celebramos que somos hijos adoptivos de Dios, aquellos que hemos recibido el bautismo sacramental.

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