“Hemos
encontrado al Mesías” (Jn
1, 35-42). En breves líneas, el Evangelio describe tres momentos de la vida de
Andrés, que no solo cambiaron su existencia para siempre, sino que constituyen
el ideal de todo cuanto un hombre puede desear vivir en esta tierra, y también
en la vida eterna. En efecto, al inicio, Andrés está con un hombre elogiado por
el mismo Jesucristo en Persona, Juan el Bautista; de él dijo Jesús: “No hay
hombre más grande nacido de mujer”, y la razón es no solo la pureza del
espíritu del Bautista y el estar él inhabitado por el Espíritu Santo –es el
Espíritu quien le enseña que Jesús es el Hombre-Dios, estando todavía en el
vientre de su madre, Santa Isabel-, sino que es el que anuncia al Mesías. Estando
con Andrés, es Juan el Bautista quien señala a Jesús y dice: “Éste es el
Cordero de Dios”. Esta es una primera noticia que recibe Andrés, el saber que
Jesús es el Cordero de Dios. ¡Cuántos hombres de buena voluntad y sincero amor
a Dios, nacen en lugares en donde el Evangelio, o no puede ser predicado, o no
ha sido aún predicado, y no conocen a Jesús, el Cordero de Dios, Presente en la
Eucaristía! Ya por este solo hecho, Andrés puede considerarse el más afortunado
de los hombres. Sin embargo, su buena fortuna no finaliza allí: al escuchar que
Jesús es el Cordero de Dios, lo sigue y lo alcanza junto a Felipe, Jesús le
pregunta qué es lo que desean, y ellos le preguntan “dónde vive”, a lo que
Jesús les responde: “Vengan y lo verán”, y van con Jesús, para estar con Él
durante el resto del día. Muchos hombres, deseosos de bien, de amor, de paz, de
justicia, de alegría, de felicidad, buscan estos bienes incansablemente, sin
saber que se encuentran todos, sin límite, en la compañía de Jesús
Sacramentado, al pie del sagrario, pero no lo saben, porque no tienen a nadie
que se los diga. Por último, en el Evangelio se narra que, luego de haber
estado con Jesús, Andrés va al encuentro de su hermano Simón Pedro y le anuncia
la hermosa noticia: “Hemos encontrado al Mesías”. En adelante, anunciar al
Mesías se convertirá en la razón de vivir de Andrés, al tiempo que será lo que
le granjeará la entrada en el Reino de los cielos, reservada para quienes dan
sus vidas por el Cordero de Dios. Al recordar a Andrés, reflexionemos en cómo
nosotros hemos recibido, no solo el anuncio del Mesías, sino la gracia
santificante que nos ha convertido en hijos adoptivos de Dios; hemos recibido
la fe católica, que nos enseña que Jesús está en la Eucaristía, en el sagrario,
y allí estará “todos los días, hasta el fin del mundo”, para acompañarnos. Demos
a nuestros prójimos el mismo anuncio que dio Andrés a Simón; parafraseando a
Andrés, digamos a nuestro prójimo: “Jesús es el Cordero de Dios, lo hemos
encontrado, Él es el Mesías, vive en el sagrario, y te espera, para darte todo
el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico”.
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