La Iglesia celebra, por medio de la Santa Misa[1],
el Santo Nombre de Jesús. La razón viene desde tiempos apostólicos, porque el
Nombre de Jesús es el Único Nombre por el que los hombres son salvados del
Demonio, del pecado y de la muerte: “No hay otro nombre dado para la salvación
de los hombres” (cfr. Hch 4, 12). Además,
el Nombre de Jesús es tan sublime, que está escrito que “al nombre de Jesús
toda rodilla se doble, en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda
lengua proclame: Jesucristo es el Señor para la gloria de Dios Padre” (Flp 2, 10-11). Esto quiere decir que al nombre
de Jesús se doblan, por amor y en adoración, las rodillas de los hombres
pecadores que, con el corazón contrito, lo aman y adoran en la tierra, y se
doblan también las rodillas de los ángeles y santos del cielo que día y noche
ensalzan su gloria y majestad por los siglos sin fin ensalzando su Misericordia,
pero también doblan la rodilla, aplastados por el peso de la Justicia Divina que
este Santísimo Nombre evoca, los ángeles caídos, que gimen para siempre en el Infierno
el haber sido derrotados en la Cruz por Aquel que lleva el Dulce y Santo Nombre
de Jesús.
El
nombre de Jesús es nombre de salvación para el género humano, y ante él se
dobla toda rodilla en los cielos, en la tierra y en los abismos, porque no es
el hombre de un hombre más entre tantos: es el nombre del Hombre-Dios; es el nombre
de Dios hecho hombre sin dejar de ser Dios. Es el nombre que no solo recuerda o
evoca en la memoria al Salvador, sino que, en cierto sentido, lo hace presente
al Salvador en persona, cuando el alma lo pronuncia con fe y con amor. Es un
nombre sagrado, no porque haya “un poder intrínseco escondido en las letras que
lo componen”[2]
–lo cual acercaría a la concepción cabalística mágica hebrea-, sino porque “el
nombre de Jesús nos recuerda todas las bendiciones que recibimos a través de
Nuestro Santo Redentor”[3], pero
sobre todo porque quien lo pronuncia con fe y con amor, atrae a la Persona
Divina, la Segunda de la Trinidad, que tomó ese nombre en el momento de su
Encarnación y esto en virtud del gran amor que el Hombre-Dios nos tiene.
El Nombre Santísimo de Jesús es fuente de curación, tanto en
las enfermedades corporales, como de consuelo en las tribulaciones espirituales.
Nos consuela y ayuda en la lucha que mantenemos contra las “potencias malignas
del Infierno” (cfr. Ef 6, 12), en las
tribulaciones de la vida y en las afecciones corporales, según la promesa del
mismo Jesús: “En mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, tomarán
serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las
manos sobre los enfermos y se pondrán bien” (Mc 16, 17-18); en el Nombre de Jesús los Apóstoles dieron fuerza a
los lisiados (Hch 3, 6; 9, 34) y vida
a los muertos (Hch 9, 40).
Por
el Santísimo Nombre de Jesús, el hombre atribulado encuentra consuelo en las
aflicciones espirituales, según sus mismas palabras: “Venid a Mí todos los que
estéis afligidos y agobiados, y Yo os aliviaré” (Mt 11, 28). El Nombre de Jesús le hace experimentar al pecador que
las parábolas del Hijo pródigo y del Buen Samaritano no son meros relatos, sino
narraciones que prefiguran la Divina Misericordia que sobre los pecadores se
derrama sin límite, incontenible. El Nombre de Jesús no solo le recuerda al
justo el sufrimiento y la muerte del inocente Cordero de Dios, que sufrió y
murió por su salvación, sino que le hace presente, en su “aquí y ahora”, cada
vez que pronuncia este Santo Nombre, al Salvador en Persona y a su misterio
pascual salvífico de Muerte y Resurrección.
Por el nombre de Jesús, obtenemos todo lo que le pedimos al
Padre: “Todo lo que pidáis al Padre, en mi nombre, Yo lo haré” (Jn 14, 13) y es así que el alma, en
cualquier momento de su vida y sobre todo en la muerte, cuando se siente acechado
por el Maligno que quiere precipitarlo en el Infierno, experimenta el poder
salvífico del Redentor, porque al invocar el Dulce Nombre de Jesús, se disipan
las tinieblas del pecado, del error y de la ignorancia y los ángeles caídos
huyen, temblando de pavor ante el Santo y temible Nombre de Jesús. Nos protege
de Satanás y sus engaños, ya que el Demonio teme el Nombre de Jesús, Quien lo
ha vencido en la Cruz de una vez y para siempre.
Por
el Nombre de Jesús tienen sentido todas nuestras empresas realizadas para la
mayor gloria de Dios, como dice el emperador Justiniano en su libro de leyes: “En
el Nombre de Nuestro Señor Jesús empezamos todas nuestras deliberaciones”, y
por el Nombre Santísimo de Jesús alcanzan buen fin nuestros afanes y
ocupaciones, pues en el nombre de Jesús obtenemos toda bendición y gracia en el
tiempo y la eternidad, como el mismo Cristo lo dijo: “Lo que pidáis al Padre os
lo dará en mi nombre” (Jn 16, 23).
Por
último, en el Nombre Santísimo de Jesús encontramos toda gracia y bendición, es
que la Iglesia concluye todas sus plegarias con las palabras: “Por Jesucristo
Nuestro Señor”, y es también la razón por la cual, para agradecer todas estas
bendiciones, así como honramos la Pasión de Cristo honrando Su Cruz
(Colvenerius, De festo SS. Nominis,
ix), así reverenciamos y honramos este Nombre Santísimo descubriendo y doblando
nuestras cabezas y nuestras rodillas ante el Nombre sobre todo nombre, Jesús Eucaristía.
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