miércoles, 10 de enero de 2018

“Jesús ora, sana enfermos y expulsa demonios”



“Jesús ora, sana enfermos y expulsa demonios” (Mc 1, 29-39). El Evangelio nos relata un día en la vida de Jesús: ora, sana enfermos y expulsa demonios. Además de curar a la suegra de Pedro, Jesús cura a numerosos enfermos que habían acudido a Él y expulsa a demonios que habían tomado posesión de muchos hombres. La situación de quienes acuden a Jesús describe el estado de la humanidad desde el pecado original de Adán y Eva: sometida a la enfermedad, al dolor y a la muerte y esclava del demonio. Jesús ha venido “para destruir las obras del demonio” (cfr. 1 Jn 3, 8), esto es, el pecado, la enfermedad y la muerte, porque es por causa del demonio –además del libre albedrío humano- que Adán y Eva, desobedeciendo las órdenes de Dios, perdieron los dones preternaturales y quedaron sometidos a las miserias de esta vida, convertida en “valle de lágrimas”, además de esclavizados por el demonio. Al curar las enfermedades que aquejan a la humanidad y al expulsar al demonio que esclavizando al cuerpo atormenta el alma, Jesús quita de en medio dos grandes males que asolan la humanidad desde la Desobediencia Original. Sin embargo, la obra de Jesús no se detiene en estas acciones, aun cuando estas acciones sean grandiosas y proporcionen paz a los hombres. Es verdad que Jesús ha venido “para destruir las obras del demonio”, pero el exceso de amor de su Corazón Misericordioso es tan grande e incomprensible, que a Jesús no le basta con simplemente curar nuestras enfermedades y expulsar de nuestros cuerpos, almas y vidas al Enemigo de nuestra salvación: en su Amor Misericordioso, infinito, eterno, inagotable, inabarcable, Jesús quiere darnos su Vida, la misma vida divina que Él posee como Dios Hijo desde la eternidad; quiere darnos su filiación divina, la misma filiación divina con la cual Él es Hijo Eterno del Padre; quiere darnos el Fuego del Divino Amor, el Espíritu Santo, el Amor con el cual Él ama al Padre y el Padre lo ama a Él en el Reino de los cielos, desde la eternidad. Y es para eso que se queda en la Eucaristía, porque es allí, en el don de su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, en donde Él encuentra satisfacción a su deseo, el de donarse por completo, sin reservas, con todo su infinito Amor, a cada alma que lo recibe en la comunión eucarística con fe y con amor. Muchos acuden a Jesús para que sane sus cuerpos y almas enfermos; muchos acuden a Jesús por estar atormentados por el demonio. Pero pocos, muy pocos, acuden a Jesús Eucaristía para recibir lo que Jesús quiere darnos, que es infinitamente más grande que simplemente curar nuestras enfermedades y alejar de nuestras vidas al espíritu inmundo: su Sagrado Corazón Eucarístico, que arde en las llamas del Divino Amor.

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