"La adoración de los Reyes Magos"
(Rubens)
(Ciclo
B – 2018)
En esta fiesta, la Iglesia conmemora la adoración de Jesús
por los Reyes Magos. El Evangelio narra que los Reyes de Oriente, llevados
mística y sobrenaturalmente por la Estrella de Belén, llegaron hasta el Portal
donde se encontraba el Niño Dios, sostenido por su Madre, la Virgen, entre sus
brazos. Para entender el significado sobrenatural de la conmemoración
litúrgica, es necesario considerar qué es lo que significa “epifanía”: en
Occidente significa “manifestación” y en Oriente “Hagia phota”, es decir, “Santa
Luz”[1]. La
manifestación que la Iglesia celebra es la manifestación del Verbo de Dios encarnado
a los paganos, representados en los Reyes Magos, puesto que ante ellos se
revela tal como es, con la luz de su divinidad, que se transparenta o trasluce
a través de su Humanidad santísima. Es decir, los Reyes de Oriente acuden al
Portal de Belén, guiados exteriormente por un cometa cósmico e interiormente
por la luz de la gracia, para adorar a Aquel que es el Hijo de Dios encarnado; una
vez que se encuentran ante Él, el Niño Dios deja resplandecer, a los ojos de
sus cuerpos y a los ojos del alma, la luz de su gloria divina, que surge de su
Acto de Ser divino y perfectísimo. Los Reyes Magos, movidos por la gracia, se
postran en adoración ante el Niño Dios y, arrodillados y con la frente en
tierra, presentan al Niño sus regalos: oro, incienso y mirra. Los regalos que
los Reyes portan y entregan a los pies del Niño Dios, son significativos de la
fe que en el Niño tienen y de que en Él reconocen a Dios Hijo encarnado: el oro
representa la divinidad; la mirra, la humanidad del Niño, santificada por la
unión hipostática con el Verbo; el incienso, representa la oración y la adoración
que brotan de los corazones encendidos en el Amor de Dios.
La adoración de los Reyes Magos, sucedida realmente hace más
de veinte siglos, se hace posible para nosotros, cristianos del siglo XXI,
separados de ese hecho por el tiempo y el espacio y la forma en la que se hace
posible, es por el misterio litúrgico de la Santa Misa. En efecto, por obra del
Espíritu Santo que actúa en la liturgia eucarística, el Señor Jesús, el Dios encarnado
que se manifestó a los Reyes de Oriente, se hace presente y se nos manifiesta,
a los ojos del alma iluminados por la luz de la fe, en la Eucaristía, con la
luz de su gloria divina, pues allí se encuentra tal como en la Epifanía, solo
que habiendo ya pasado por el misterio pascual de muerte y resurrección: en la
Eucaristía, sobre el altar eucarístico, Nuevo Portal de Belén, el Niño Dios
prolonga y perpetúa su Encarnación, su Presencia gloriosa, real y substancial,
y su Epifanía, la manifestación divina de su “Hagia Phota”, su Luz tres veces
santa. Al igual que los Reyes Magos, también nosotros nos postremos ante su
Presencia Eucarística, y le ofrezcamos también nuestros dones espirituales: el
oro de nuestro reconocimiento como Dios Hijo encarnado, Presente, vivo y
glorioso en la Eucaristía; la mirra de la adoración de su Humanidad santísima,
unida a la Persona Segunda de la Trinidad; el incienso de nuestra oración, de
nuestra adoración y de nuestro humilde amor y acción de gracias.
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