viernes, 5 de enero de 2018

Solemnidad de la Epifanía del Señor


"La adoración de los Reyes Magos"
(Rubens)

(Ciclo B – 2018)

         En esta fiesta, la Iglesia conmemora la adoración de Jesús por los Reyes Magos. El Evangelio narra que los Reyes de Oriente, llevados mística y sobrenaturalmente por la Estrella de Belén, llegaron hasta el Portal donde se encontraba el Niño Dios, sostenido por su Madre, la Virgen, entre sus brazos. Para entender el significado sobrenatural de la conmemoración litúrgica, es necesario considerar qué es lo que significa “epifanía”: en Occidente significa “manifestación” y en Oriente “Hagia phota”, es decir, “Santa Luz”[1]. La manifestación que la Iglesia celebra es la manifestación del Verbo de Dios encarnado a los paganos, representados en los Reyes Magos, puesto que ante ellos se revela tal como es, con la luz de su divinidad, que se transparenta o trasluce a través de su Humanidad santísima. Es decir, los Reyes de Oriente acuden al Portal de Belén, guiados exteriormente por un cometa cósmico e interiormente por la luz de la gracia, para adorar a Aquel que es el Hijo de Dios encarnado; una vez que se encuentran ante Él, el Niño Dios deja resplandecer, a los ojos de sus cuerpos y a los ojos del alma, la luz de su gloria divina, que surge de su Acto de Ser divino y perfectísimo. Los Reyes Magos, movidos por la gracia, se postran en adoración ante el Niño Dios y, arrodillados y con la frente en tierra, presentan al Niño sus regalos: oro, incienso y mirra. Los regalos que los Reyes portan y entregan a los pies del Niño Dios, son significativos de la fe que en el Niño tienen y de que en Él reconocen a Dios Hijo encarnado: el oro representa la divinidad; la mirra, la humanidad del Niño, santificada por la unión hipostática con el Verbo; el incienso, representa la oración y la adoración que brotan de los corazones encendidos en el Amor de Dios.
         La adoración de los Reyes Magos, sucedida realmente hace más de veinte siglos, se hace posible para nosotros, cristianos del siglo XXI, separados de ese hecho por el tiempo y el espacio y la forma en la que se hace posible, es por el misterio litúrgico de la Santa Misa. En efecto, por obra del Espíritu Santo que actúa en la liturgia eucarística, el Señor Jesús, el Dios encarnado que se manifestó a los Reyes de Oriente, se hace presente y se nos manifiesta, a los ojos del alma iluminados por la luz de la fe, en la Eucaristía, con la luz de su gloria divina, pues allí se encuentra tal como en la Epifanía, solo que habiendo ya pasado por el misterio pascual de muerte y resurrección: en la Eucaristía, sobre el altar eucarístico, Nuevo Portal de Belén, el Niño Dios prolonga y perpetúa su Encarnación, su Presencia gloriosa, real y substancial, y su Epifanía, la manifestación divina de su “Hagia Phota”, su Luz tres veces santa. Al igual que los Reyes Magos, también nosotros nos postremos ante su Presencia Eucarística, y le ofrezcamos también nuestros dones espirituales: el oro de nuestro reconocimiento como Dios Hijo encarnado, Presente, vivo y glorioso en la Eucaristía; la mirra de la adoración de su Humanidad santísima, unida a la Persona Segunda de la Trinidad; el incienso de nuestra oración, de nuestra adoración y de nuestro humilde amor y acción de gracias.

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