(Domingo
IV - TO - Ciclo B – 2018)
“(…) Un espíritu impuro gritó: “Ya sé quién eres: el Santo
de Dios”” (Mc 1, 21-28). Los demonios, que pueblan la tierra desde que
fueron expulsados del cielo a causa de rebeldía contra Dios y cuyo fin es el seducir
y tentar a las almas para conducirlas por el camino de la eterna perdición,
reconocen que Jesucristo es “el Santo de Dios”. Según Santo Tomás, los demonios
conocen a Jesús por conjeturas –deducen que no es un hombre más entre tantos,
debido a que se dan cuenta que sus milagros, prodigios y signos no los puede
hacer un hombre común- y no porque tengan de Él un conocimiento en su esencia,
como sí lo tienen los ángeles de luz. Ahora bien, podemos conjeturar que, puesto
que los demonios, ante su Presencia, “se arrojan a sus pies” y exclaman,
aterrorizados: “Tú eres el Santo de Dios”, los ángeles rebeldes tienen otro
tipo de conocimiento de Jesús, además del conocimiento por conjeturas y una
orientación nos la da el terror que los ángeles rebeldes experimentan ante
Jesús. ¿Cuál es la razón del terror que experimentan los demonios ante Jesús? Los
ángeles caídos se aterrorizan ante Jesús porque reconocen en Jesús -que ha
venido “para destruir las obras del Demonio”-, en su voz, la omnipotencia del
Dios que los creó, los puso a prueba en el Cielo y finalmente los expulsó, al
convertirse ellos mismos, por propia decisión, en ángeles perversos y malignos.
Es decir, al escuchar la voz humana de Jesús, reconocen que, a través de esta
voz humana, habla la Palabra de Dios, el mismo Dios que los creó y que luego de
fallar en la prueba de amor hacia Él, los precipitó en el Infierno para
siempre. Esa es la razón por la cual, al escuchar a Jesús y ante la sola orden
de su voz, huyen inmediatamente de los cuerpos humanos a los que habían
poseído, llenos de terror. Si Jesús fuera solo un hombre, de ninguna manera
experimentarían los demonios el terror que experimentan ante el Hombre-Dios
Jesucristo.
“(…) Un
espíritu impuro gritó: “Ya sé quién eres: el Santo de Dios””. Nada bueno
enseñan los demonios, pero en este caso, hay algo que sí podemos aprender de
ellos, y es el reconocer, en Jesús de Nazareth, a Dios Hijo encarnado. La diferencia
es que a ellos se les manifestaba por medio de una naturaleza humana, mientras
que a nosotros, ese mismo Hijo de Dios encarnado, se nos manifiesta por medio
de las especies eucarísticas, en el Santísimo Sacramento del altar. Si los
demonios se arrojaban a los pies de Jesús exclamando, llenos de terror, “Tú
eres el Santo de Dios”, nosotros, iluminados por la Santa Fe católica, debemos
postrarnos ante Jesús Eucaristía y exclamar, llenos de amor: “¡Jesús
Eucaristía, Tú eres Dios, Tres veces Santo!”.
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