(Domingo
III - TO - Ciclo B – 2018)
“Llamó a los que Él quiso” (Mc 1, 14-20). El Evangelio nos revela que el llamado es de Dios al
hombre y que es un llamado personal –en este caso, a los Doce-. Pero también
llama a una misión, sea que Dios elija al hombre para la vida consagrada o para
la vida laica y es el llamado a la santidad. Todo cristiano, independientemente
de su estado –religioso o laico-, está llamado a la santidad, lo cual quiere
decir vivir apartado del mundo y su mundanidad. Cuando se dice “mundo”, no se
entiende la Creación, visible o invisible, puesto que esta, en cuanto tal, es
buena, al ser fruto de la omnipotencia, sabiduría y amor divinos. Cuando se dice “mundo”, se entiende el
espíritu anti-cristiano que se deriva del corazón del hombre contaminado por el
pecado original, y del corazón del ángel caído, contaminado por el pecado de
rebelión en los cielos, que los caracteriza. El cristiano –el católico-, por el
solo hecho de haber recibido el Bautismo sacramental, ha sido consagrado por
Dios, para Dios, para que viva en la santidad, por cuanto su alma y su cuerpo
han sido santificados y convertidos en templos de Dios Trino y morada del
Espíritu Santo. Ésa es la razón por la cual el católico no puede, de ninguna
manera, profanar, ni su cuerpo, ni su alma, pues si esto hace, profana algo que
ya no le pertenece, sino que le pertenece a Dios, por ser de su propiedad, al
haber sido comprado por Dios al precio altísimo de la Sangre del Cordero
derramada en la cruz. El católico no debe “mundanizarse”, ni en su cuerpo, ni
en su alma, porque ambos han sido santificados y consagrados a Dios por el
Bautismo sacramental, al haber recibido la gracia de la filiación divina, que
antes del bautismo no poseían. El cuerpo se mundaniza cuando es profanado y
esto sucede con las prácticas anti-naturales, la fornicación, el adulterio, la
drogadicción, el alcoholismo, los tatuajes –sobre todo, los tatuajes
esotéricos, paganos y diabólicos-; el alma es profanada cuando se practica la
superstición, la magia, el ocultismo, o cuando se escucha música satánica, o
cuando se cede a la herejía, la blasfemia, el cisma. Estas prácticas equivalen
a que en una iglesia, construida en material, se introduzcan animales –vacas,
caballos, perros- y se los dejara además hacer sus necesidades fisiológicas;
equivale a demoler una iglesia, materialmente hablando, como la demolición
ocurrida en Alemania, al tirar abajo una iglesia de 1800 para dar lugar a una
fábrica de carbón[1];
equivale a profanar la iglesia con canciones mundanas, o con bailes, o con
actividades extra-litúrgicas.
“Llamó a los que Él quiso”. Independientemente de la
vocación particular a la que hemos sido llamados –básicamente, laicos o
consagrados-, el llamado universal a la santidad está inscripto en el Bautismo
sacramental que hemos recibido. No profanemos nuestras almas y nuestros cuerpos,
porque hemos sido llamados para la eterna bienaventuranza en el Reino de los
cielos. Y cada día que pasa, el Reino de Dios está cada vez más cerca.
[1] Para obtener más información
acerca de esta tristísima noticia, acceder al siguiente enlace: http://www.abc.es/internacional/abci-demolida-iglesia-alemania-para-ampliar-mina-lignito-201801101309_noticia.html
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