domingo, 17 de noviembre de 2019

“Llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra (…) tendréis ocasión de dar testimonio”



(Domingo XXXIII - TO - Ciclo C – 2019)

         “Llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra (…) tendréis ocasión de dar testimonio” (Lc 21, 5-19). Jesús trata dos temas distintos en un mismo discurso: el tema de la destrucción del templo y el tema de su Segunda Venida; el primer suceso sería la señal para la huida de los discípulos; el segundo constituiría una catástrofe de la que era imposible huir; el primero es anunciado como cercano y sería visto por los discípulos; del segundo, Jesús se abstiene de predecir el tiempo, porque es un secreto de su Padre Dios[1].
La pregunta es: ¿por qué trató los dos asuntos de forma unida, dando con esto motivo a que se produjese un posible error? Lo que hay que tener en cuenta es que, por un lado, el error de que el fin del templo sería el fin del mundo era una convicción de los israelitas; no se imaginaban la continuación del mundo después de la destrucción completa de Jerusalén y del templo, con el colapso del judaísmo y de la ley mosaica. Por lo tanto, era necesario que Jesús sacara del error de manera inequívoca a sus propios discípulos acerca del triunfo de Israel y la eterna supremacía de la ley mosaica. Jesús hace esto para que sus discípulos sepan que Él no es el Mesías terreno que esperaban los judíos. En efecto, los judíos esperaban un Mesías terreno que habría de prolongar, para siempre, al judaísmo en la tierra: Jesús les hace ver que Él no es ese Mesías, porque el templo será destruido y con él se dispersará el Pueblo Elegido. Jesús anticipa la inminente ruina del templo cuando dice “vuestra casa quedará desierta”; los discípulos llaman la atención de su Maestro sobre los soberbios edificios y las grandes puertas de bronce que conducían a los atrios interiores; sin embargo, el templo, edificado para la eternidad, pronto no sería más que un montón de piedras. Cuando Jerusalén sea asediada por ejércitos, entonces será la señal para que los discípulos puedan huir de la ciudad; cuando esto suceda, Jerusalén estará bajo los pies de los gentiles, quienes ocuparán el lugar de los judíos en el plan divino.
Por otro lado, cuando los discípulos le preguntan, angustiados, cuándo será eso y cuál será la señal de que todo está por suceder, Jesús pasa a hablar de su Segunda Venida, la cual estará precedida por la aparición de falsos cristos, como así también por guerras generalizadas, aunque no será todavía el final. Tanto la ruina de la ciudad como su Segunda Venida estarán precedidas por la persecución de los cristianos, lo cual será ocasión para ellos para testificar la verdad o bien que serán llevados al martirio, entendido como testimonio cruento. En ese entonces, será el Espíritu Santo el que será fuente de inspiración para los cristianos que den testimonio de Cristo[2]. Los cristianos que pierdan sus vidas por Cristo, salvarán sus almas, de ahí la expresión: “con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”. A diferencia de la destrucción del templo, el terror y la angustia que precederán a la Segunda Venida del Hijo del hombre no se limitarán a Jerusalén, sino que se extenderán a todo el mundo; Nuestro Señor insiste en que no se darán señales anunciadoras de su Segunda Venida, porque vendrá de repente, cuando menos se la espere, como un ladrón durante la noche.
“Llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra (…) tendréis ocasión de dar testimonio”. Nosotros, los cristianos, el Nuevo Pueblo Elegido, nos encontramos en una situación intermedia: ya ha ocurrido la destrucción del templo, pero todavía no se ha producido la Segunda Venida del Señor. De ésta Segunda Venida sabemos que estará precedida por guerras y por la aparición de falsos mesías, como los de las sectas, y que tendremos oportunidad de dar testimonio, incluso martirial, cuando ya la Segunda Venida esté próxima. Debemos mantenernos en gracia, para que sea el Espíritu Santo quien hable a través nuestro y dé testimonio de Cristo Dios, Presente en la Eucaristía, como Rey de cielos y tierra.


[1] Cfr. B. Orchard et al., Comentario al Nuevo Testamento, Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1957, 638.
[2] Cfr. Orchard, ibidem, 639.

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