lunes, 11 de noviembre de 2019

“El Reino de Dios está entre vosotros”





“El Reino de Dios está entre vosotros” (Lc 17, 20-25). Ante la pregunta de unos fariseos de cuándo iba a llegar el Reino de Dios, Jesús les contesta diciendo que “el Reino de Dios no llegará espectacularmente”; no se podrá decir: “está allí o está aquí”, al modo de los reinos terrestres y esto porque “el Reino de Dios está dentro de vosotros”.
¿Qué quiere decir Jesús con esto? Ante todo, que el Reino de Dios no tiene una localización geográfica y es por eso que no podrá decirse que está en tal o cual lugar; también, a diferencia de los reinos terrestres, el Reino de
Dios no vendrá espectacularmente, al modo como algunos reinos de la tierra se hacen presentes, que cuando conquistan otros reinos, ingresan de modo espectacular con sus soldados, sus carros de caballería y con todo su ejército. Nada de esto posee el Reino de Dios. Por el contrario, el Reino de Dios, según Jesús, tiene dos características: ya está entre los hombres –sin que estos se hayan dado cuenta- y además “está en los hombres”. ¿Por qué razón? Porque el Reino de Dios es la gracia santificante, que inhiere como don divino en el alma del justo y hace partícipe al hombre de la vida de Dios y por lo tanto de su Reino. En el alma del justo, en el alma del que está en gracia, ahí sí se puede decir que está el Reino de Dios, porque por la gracia santificante –que para nosotros los católicos nos viene ordinariamente por los sacramentos- viene al alma no sólo el Reino de Dios, al hacer partícipe al alma de la vida de Dios, que es Rey, sino que viene el Rey mismo del Reino de Dios, Cristo Jesús, el Hombre-Dios.
“El Reino de Dios está entre vosotros”. El Reino de Dios no viene ostensible ni espectacularmente ni se puede decir “está aquí o está allí”, al modo de los reinos de la tierra, cuyas paredes de los castillos y palacios delimitan bien sus localizaciones: el Reino de Dios está donde hay un alma en gracia y, todavía más, en el alma del que está en gracia no sólo está el Reino de Dios, como dijimos, sino que está el Rey de ese Reino, Cristo Jesús. Esto quiere decir que cada vez que nos confesamos sacramentalmente, cada vez que comulgamos sacramentalmente, se acrecienta en nosotros no solo el Reino de Dios, que es invisible y viene a nosotros por la gracia santificante, sino la Presencia del Rey del Reino, Cristo Jesús.

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