miércoles, 4 de marzo de 2020

“Su rostro resplandecía como el sol”



(Domingo II - TC - Ciclo A – 2020)

         “Su rostro resplandecía como el sol” (Mt 17, 1-9). Jesús se transfigura en el Monte Tabor ante la presencia de Pedro, Santiago y Juan. Este resplandor de Jesús comprende toda su persona y humanidad: “Se transfiguró delante de ellos y su rostro resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz”. El rostro resplandeciente como el sol y sus vestidos como la luz: para entender mejor el alcance y significado de la Transfiguración, hay que tener en cuenta que en el Antiguo Testamento la luz era sinónimo de la gloria de Dios; de esta manera, el resplandecer de luz de Jesús, en su rostro, en su humanidad, en su vestimenta, es el resplandecer de la gloria de Dios, así como la gloria de Dios resplandece en el cielo. Podemos decir que en ese momento el Monte Tabor se convirtió, para Pedro, Santiago y Juan, en el cielo en la tierra, porque estuvieron delante de Dios que resplandecía ante ellos, así como resplandece en el cielo ante los bienaventurados. Y aquí viene otra consideración que hay que hacer para también entender el alcance de la Transfiguración: la luz con la que resplandece Jesús no es una luz natural ni artificial, ni viene de fuera de Él: es una luz que brota de su interior y se trasluce hacia el exterior, es la luz de su Ser divino trinitario que en sí mismo es luz indeficiente, luz eterna e infinita, celestial y sobrenatural. Jesús resplandece no porque alguien lo ilumine, sino que Él es la Luz Inaccesible, luz eterna, que ilumina y da vida divina a quien ilumina.
          Por último, la escena del Monte Tabor no puede no ser contemplada con otra escena, la escena del Monte Calvario, en donde Jesús no es cubierto de luz divina, sino que es cubierto con su propia Sangre, que es también divina, porque es la Sangre del Cordero. No se puede contemplar la Transfiguración del Señor en el Tabor si no se lo contempla a Nuestro Señor crucificado en el Monte Calvario. En ambos montes resplandece la gloria divina: en el Monte Tabor, en forma de luz; en el Monte Calvario, en forma de Sangre, pero en los dos, es la gloria divina la que resplandece ante quien la contempla, sea como luz o como sangre.
         “Su rostro resplandecía como el sol”. El altar eucarístico puede ser llamado, con justa razón, el Nuevo Monte Tabor, porque en la Eucaristía Jesús resplandece con la luz de la gloria divina, puesto que se encuentra allí resucitado y glorioso; pero también puede ser llamado el Nuevo Monte Calvario, porque en el altar Jesús renueva de modo sacramental e incruento el Santo Sacrificio de la Cruz, dejándonos para beber su Sangre gloriosa en el cáliz eucarístico. Quien asiste a la Misa y contempla, en el misterio de la liturgia tanto el Calvario como el Tabor, es iluminado y vivificado por la luz de la gloria divina.

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