lunes, 9 de marzo de 2020

“Un hombre rico se condenó (…) un hombre pobre se salvó”


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“Un hombre rico se condenó (…) un hombre pobre se salvó” (Lc 16, 19-31). Este Evangelio es rico en enseñanzas de toda clase. Podemos centrarnos en el hecho principal y es que el hombre rico se condena, mientras el hombre pobre se salva -es llevado al seno de Abraham-. Una primera enseñanza que nos deja el Evangelio es la existencia del Infierno, pues allí es adonde va el hombre rico luego de su muerte, aunque algunos Padres de la Iglesia afirman que en realidad se trata del Purgatorio, porque el hombre rico, ya muerto, tiene un gesto de bondad para con sus hermanos, ya que quiere que Abraham les avise de alguna manera que cambien de actitud: si hay bondad, no es el Infierno, porque en el Infierno desaparece todo rastro de bondad, hasta la más pequeña muestra, puesto que sólo hay odio. De todos modos, sea el Infierno o el Purgatorio, el hombre rico se encuentra en un lugar de intenso sufrimiento.
Una lectura superficial, racionalista y materialista de la parábola, puede llevar a una conclusión errónea, ya que puede hacer pensar que el hombre rico se condena por sus riquezas, mientras que Lázaro, el hombre pobre, se salva por ser pobre. Esta interpretación se encuentra en las antípodas de las enseñanzas de Jesús, puesto que el hombre rico no se condena por sus riquezas, sino por su egoísmo, porque teniendo él de sobra y estando Lázaro a las puertas de su casa, en vez de convidar a Lázaro con algo de lo que le sobraba, se desentiende totalmente de la suerte de su prójimo y se dedica a banquetear, es decir, a pasarla lo mejor que puede, dejando a Lázaro a su suerte. La causa de su condena no es su riqueza material, sino su egoísmo, avaricia y desentendimiento de su prójimo más necesitado. A su vez, Lázaro no se salva por ser pobre, sino por soportar con paciencia y humildad las calamidades que le sobrevienen -está solo, enfermo, sin un centavo-; además, en relación a Dios, no sólo no lo hace culpable de su estado, como muchos en la situación de Lázaro sí lo hacen, sino que da gracias a Dios por los males que recibe, los cuales le sirven para expiar en la tierra sus pecados. Entonces, Lázaro se salva, no por su pobreza, sino por su paciencia, su humildad y su amor a Dios, además de su aceptación piadosa de las tribulaciones que le toca vivir; además, Lázaro demuestra amor a su prójimo, ya que no guarda rencor ni enojo contra el hombre rico que banqueteaba pero que no le hacía partícipe de sus bienes.
“Un hombre rico se condenó (…) un hombre pobre se salvó”. La parábola nos enseña que no son las riquezas materiales en sí las que condenan, sino el egoísmo, la avaricia y el despreocuparse de la suerte del prójimo más necesitado y que no es la pobreza la que salva, sino el sufrir con paciencia las tribulaciones de esta vida, dando gracias a Dios incluso por los males recibidos, como hizo Lázaro. Cualquier otra interpretación, está fuera de la interpretación católica de la parábola.

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