lunes, 9 de marzo de 2020

“El que beba del agua que Yo le daré, jamás tendrá sed”



(Domingo III - TC - Ciclo A – 2020)

          “El que beba del agua que Yo le daré, jamás tendrá sed” (Jn 4, 5-42). Mientras Jesús está sentado al borde del manantial, se acerca una mujer samaritana para sacar agua. Mientras la mujer está en la tarea de sacar agua, Jesús le dice: “Dame de beber”. La mujer se sorprende, porque siendo hebreo de raza, Jesús le dirige la palabra, cuando en ese entonces ni hebreos ni samaritanos se dirigían la palabra. Ante el asombro de la mujer, Jesús le dice: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva”. En otras palabras, Jesús le dice: “Si supieras que Yo Soy el Hombre-Dios y que poseo el agua viva que es la gracia santificante, tú me pedirías de beber”. Es decir, Jesús en cuanto Hombre tiene sed y por eso le pide de beber a la samaritana, pero en cuanto Dios, Él es la Gracia Increada, simbolizada en el agua, y es por eso que, también en cuanto Dios, Él es el que participa de esta gracia al alma, es decir, da de beber al alma el agua de la vida eterna, que es la gracia santificante. Si la mujer samaritana supiera que Él es la Fuente Increada del Agua viva que es la gracia santificante, sería ella la que le pediría de beber a Jesús. Entonces, Jesús, al ser el Hombre-Dios, es la Fuente Increada del Agua de la vida, la gracia santificante, que ha venido a este mundo para saciar la sed que de Dios tiene toda alma, desde el momento en que toda alma es creada por Dios. Al ser creada por Dios, el alma es creada para Dios, para saciarse en Él y es por eso que el alma padece de sed ardiente del Dios Verdadero, desde el momento en que es creada y el Único que puede satisfacer esta sed, es el Hombre-Dios, Jesús de Nazareth, porque Él es la Fuente del Agua viva, Él es la Gracia Increada y la fuente de toda gracia participada.
          “El que beba del agua que Yo le daré, jamás tendrá sed”. La sed corporal, que se sacia con el agua terrena, es figura de la sed espiritual, de la sed de Dios que toda alma tiene, desde el momento mismo en que es creada. Esa sed espiritual sólo puede ser saciada por Dios mismo en Persona y es esta sed la que Jesús ha venido a calmar, al darnos la gracia santificante. Quien recibe el Agua viva de Jesús, la gracia que viene a través de los sacramentos, no vuelve a tener sed del Dios Verdadero, porque al estar en gracia, su corazón se convierte en una fuente de agua viva que salta hasta la vida eterna. No sucede así con quienes pretenden saciar la sed de Dios con dioses falsos, con cualquier dios que no sea Cristo Jesús: estos tales sufren de sed espiritual, porque no tienen el Agua viva que es la gracia, la que Jesús nos conquista con su sacrificio en cruz.
          “El que beba del agua que Yo le daré, jamás tendrá sed”. Los católicos somos los seres más afortunados del mundo, pues hemos recibido, con el Bautismo Sacramental, no solo la verdadera fe, sino el Agua viva que brota del Costado traspasado de Jesús, la gracia santificante y es por eso que no tenemos sed de dioses falsos, porque nuestra sed de Dios se satisface sobreabundantemente con la gracia de Cristo Jesús. Si la mujer samaritana puede considerarse afortunada porque Jesús le reveló que Él era la Fuente del Agua viva, nosotros podemos considerarnos infinitamente más afortunados, porque por la gracia, ha convertido nuestros corazones en otras tantas fuentes de Agua viva que saltan hasta la eternidad. Con la gracia santificante, Cristo Jesús sacia nuestra sed de Dios, en el tiempo y en la eternidad y es por eso que el católico que vive en gracia, jamás tiene sed de Dios, porque su sed está saciada con la gracia y el Amor de Cristo Jesús.

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