(Domingo
I - TA - Ciclo C - 2021 – 2022)
La Iglesia inicia un nuevo ciclo litúrgico con el comienzo
del tiempo del Adviento. El color propio de ese tiempo es el morado, símbolo de
penitencia y es el equivalente al año nuevo civil; es, por así decir, el “año
nuevo” eclesiástico. Pero esto no es lo más importante del Adviento: lo más
importantes es que se trata de un tiempo de gracia especial, que nos prepara
espiritualmente para dos eventos: por un lado, para participar, por medio del
misterio de la liturgia eucarística, de la Primera Venida del Redentor y por
otro lado, para prepararnos, espiritualmente, para su Segunda Venida en la
gloria de Nuestro Señor Jesucristo. El Adviento es, en esencia, un tiempo
especial de gracia para que nos preparemos, como Iglesia y como bautizados,
para estas dos Venidas de Jesús.
El Adviento es entonces, esencialmente un tiempo de
preparación para el encuentro personal con Jesús en la Segunda Venida, su
venida en gloria, que sucederá en el Día del Juicio Final –y también en el día
de nuestro Juicio Particular- y es tiempo de preparación para participar de la
Primera Venida, su Venida en carne, en una gruta de Belén. Las dos primeras
semanas del Adviento están dedicadas para meditar y reflexionar acerca de la
Segunda Venida de Jesucristo, y es por eso que debemos detenernos brevemente en
su consideración: por un lado, en su realidad y verdad: los cristianos
católicos creemos que el Mesías ya vino por Primera Vez en Belén y creemos que
ha de venir, por Segunda Vez, en la gloria. Es decir, a diferencia de los
judíos, que todavía están esperando la venida del Mesías –en realidad ya vino,
pero ellos lo negaron y lo crucificaron-, nosotros creemos que ya vino, murió
en la cruz, resucitó y está en el Cielo y en la Eucaristía y ha de volver al
fin del tiempo, en el Día del Juicio Final. El otro aspecto que debemos considerar
acerca de la Segunda Venida es en qué es lo que sucederá cuando Él venga
glorificado: no vendrá como el Jesús Misericordioso, dulce y paciente, que nos
espera con amor que nos decidamos a convertirnos: vendrá como Justo Juez y
todos habremos de comparecer ante Él y a cada uno de nosotros, Nuestro Señor
nos pedirá cuentas acerca de si hicimos fructificar o no los talentos que Él
nos dio. En ese Día, Jesús nos pedirá cuentas sobre los dones -naturales y
sobrenaturales-, talentos y gracias que Él nos concedió, como por ejemplo, el
ser, en la concepción y luego la vida y la existencia; nos pedirá cuentas de los
dones sobrenaturales que nos concedió, empezando por el Bautismo, que nos convirtió
en hijos adoptivos de Dios; nos pedirá cuentas de cada Eucaristía recibida; nos
pedirá cuentas de la Confirmación, que nos convirtió en templos del Espíritu
Santo; nos pedirá cuentas de las confesiones sacramentales recibidas. En el Día
del Juicio Final, Nuestro Señor Jesucristo nos pedirá cuentas sobre cómo usamos
estos bienes, si los hicimos fructificar en frutos de santidad, o si los
enterramos, sin dar frutos de santidad, como el servidor malo y perezoso de la
parábola de los talentos. En relación a los dones sobrenaturales recibidos, un
ejemplo puede ser la Comunión Eucarística y así Jesús nos dirá: “En cada
Comunión, Yo te di mi Corazón; en cada Comunión, Yo te di mi Amor, el Espíritu
Santo. ¿Fuiste capaz de devolver ese amor en obras de misericordia?”. Y así,
con cada talento, con cada don, con cada sacramento recbido. Por esto mismo, es que debemos, en estas dos
primeras semanas de Adviento, reflexionar acerca de la realidad y la verdad de
la Segunda Venida y también reflexionar
en cuáles son los dones y talentos que Jesús nos concedió y luego, decidirnos a
ponerlos en práctica, si aún no lo hicimos, para así empezar a dar frutos de
santidad, con lo cual podremos comparecer con el corazón en paz y el alma en
gracia ante el Justo Juez.
Ahora bien, dijimos que el Adviento es tiempo de prepararnos
para participar, por medio del misterio de la liturgia eucarística, de la
Primera Venida de Jesús, en el Pesebre de Belén, en la Noche de Navidad, que es
algo más profundo y misterioso que simplemente decir que “nos preparamos para
Navidad”. Las dos últimas semanas de Adviento, están dedicadas a esta
preparación y la forma de hacerlo es meditar en la Encarnación del Verbo por
obra del Espíritu Santo y en su Nacimiento virginal en Belén, pero también
meditar en el hecho de que por el misterio de la liturgia eucarística, somos
hechos partícipes, de modo misterioso y sobrenatural, de este evento, el de la
Encarnación del Verbo y su Nacimiento milagroso y virginal en el Portal de
Belén. En otras palabras, no solo debemos meditar en la Primera Venida, sino
que debemos tener presente que, por la Eucaristía, participamos del evento de
la Encarnación y Nacimiento virginal del Verbo de Dios y es para esto para lo
cual debemos prepararnos, pidiendo la gracia y la asistencia del Espíritu
Santo, porque sólo con su luz divina podemos al menos contemplar estos sagrados
misterios. Aprovechemos entonces el tiempo litúrgico del Adviento, para
preparar nuestros corazones para el encuentro definitivo con Jesús en el Juicio
Final y para participar, por el misterio de la liturgia, de su Primera Venida
en Belén.
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