Jesús cura a la suegra de Simón Pedro
(John Bridges)
“Jesús
se acercó a ella y la tomó de la mano” (Mc
1, 29-39). Lo que llama la atención en este Evangelio, es el tipo de actividad
desplegada por Jesús: cura enfermos, expulsa demonios, ora y predica la Buena
Noticia. Comienza por la suegra de Pedro, a quien le impone las manos y la
cura; luego, dice el Evangelio, “Al atardecer, después de ponerse el sol, le
llevaron a todos los enfermos y endemoniados”; hacia el anochecer, se retira a
orar: “Por la mañana, antes que amaneciera, Jesús se levantó, salió y fue a un
lugar desierto; allí estuvo orando”; luego, se marcha junto a Pedro y a los
discípulos, para continuar predicando y expulsando demonios: “Y fue predicando
en las sinagogas de toda la Galilea y expulsando demonios”.
Es
llamativo que la actividad de Jesús se repita: orar, predicar, curar enfermos,
expulsar demonios, anunciar la Buena Noticia. Esto podría hacer pensar que la “Buena
Noticia” de Jesús consiste en la sanación corporal y en la expulsión de
demonios, y sin embargo, ésa no es la Buena Noticia: el curar las enfermedades
y el expulsar demonios, son solo prolegómenos de la Buena Noticia: Él, que es
Dios Hijo encarnado, ha venido no solo para librarnos del pecado, de la muerte
y del infierno, sino para concedernos algo que supera infinitamente estos
dones, y es el concedernos la filiación divina, su misma filiación divina, por
medio de la cual somos adoptados como hijos por Dios, al recibir la filiación
divina con la cual Él es Hijo de Dios por toda la eternidad, y además, luego de
darnos la filiación divina, Jesús se nos dona Él mismo con su Cuerpo, su
Sangre, su Alma y su Divinidad, en el Pan del Altar, Pan que contiene en sí
mismo la Vida eterna, haciéndonos participar, ya desde aquí, desde esta tierra,
un anticipo de lo que será la vida en la feliz eternidad, en la contemplación
de la Trinidad. Ésta es entonces la Buena Nueva de Jesús, y para eso Jesús prepara
el camino, curando enfermos y expulsando demonios: para preparar nuestros
corazones para recibir los dones celestiales imposibles siquiera de ser
imaginados, que nos hacen superiores a los ángeles y nos hacen participar de la
vida y del Amor Divinos: ser hijos adoptivos de Dios y alimentarnos con el Amor
del Sagrado Corazón, contenido en la Eucaristía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario