martes, 13 de enero de 2015

“Jesús se acercó a ella y la tomó de la mano”


Jesús cura a la suegra de Simón Pedro
(John Bridges)

“Jesús se acercó a ella y la tomó de la mano” (Mc 1, 29-39). Lo que llama la atención en este Evangelio, es el tipo de actividad desplegada por Jesús: cura enfermos, expulsa demonios, ora y predica la Buena Noticia. Comienza por la suegra de Pedro, a quien le impone las manos y la cura; luego, dice el Evangelio, “Al atardecer, después de ponerse el sol, le llevaron a todos los enfermos y endemoniados”; hacia el anochecer, se retira a orar: “Por la mañana, antes que amaneciera, Jesús se levantó, salió y fue a un lugar desierto; allí estuvo orando”; luego, se marcha junto a Pedro y a los discípulos, para continuar predicando y expulsando demonios: “Y fue predicando en las sinagogas de toda la Galilea y expulsando demonios”.
Es llamativo que la actividad de Jesús se repita: orar, predicar, curar enfermos, expulsar demonios, anunciar la Buena Noticia. Esto podría hacer pensar que la “Buena Noticia” de Jesús consiste en la sanación corporal y en la expulsión de demonios, y sin embargo, ésa no es la Buena Noticia: el curar las enfermedades y el expulsar demonios, son solo prolegómenos de la Buena Noticia: Él, que es Dios Hijo encarnado, ha venido no solo para librarnos del pecado, de la muerte y del infierno, sino para concedernos algo que supera infinitamente estos dones, y es el concedernos la filiación divina, su misma filiación divina, por medio de la cual somos adoptados como hijos por Dios, al recibir la filiación divina con la cual Él es Hijo de Dios por toda la eternidad, y además, luego de darnos la filiación divina, Jesús se nos dona Él mismo con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, en el Pan del Altar, Pan que contiene en sí mismo la Vida eterna, haciéndonos participar, ya desde aquí, desde esta tierra, un anticipo de lo que será la vida en la feliz eternidad, en la contemplación de la Trinidad. Ésta es entonces la Buena Nueva de Jesús, y para eso Jesús prepara el camino, curando enfermos y expulsando demonios: para preparar nuestros corazones para recibir los dones celestiales imposibles siquiera de ser imaginados, que nos hacen superiores a los ángeles y nos hacen participar de la vida y del Amor Divinos: ser hijos adoptivos de Dios y alimentarnos con el Amor del Sagrado Corazón, contenido en la Eucaristía.


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