Cristo en la Eucaristía
es el Camino que conduce al Padre,
la Verdad que nos revela el Amor divino,
y la Vida eterna que se dona como Pan.
“Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (cfr. Jn 14, 6-14). La frase de Jesús no puede ser entendida en un sentido horizontal; debe ser entendida a la luz de la fe, y aplicada no a un cristo ignoto, que no se sabe dónde está ni qué hace, sino al Cristo Eucarístico, al Cristo que está, vivo y glorioso, en Persona, en la Eucaristía.
Jesús es el Camino, pero no es un camino como los caminos del hombre, que conducen, tal vez, a muchas metas –una profesión, un doctorado, un negocio inmobiliario brillante, una empresa exitosa-, pero ninguna de ellas trasciende el mero plano de la existencia humana.
Cristo en la Eucaristía es el Camino, un camino celestial, sobrenatural, que sobrepasa y va más allá del destino natural del hombre, la comunión de vida y de amor con las Tres Personas de la Trinidad.
Cristo es el Camino, pero no un camino al estilo de los humanos, de esos que se recorren a pie, a lomo de burro, o en algún vehículo, porque ninguno de esos caminos va más allá de la distancia necesaria para recorrerlo.
Cristo en la Eucaristía es el Camino que conduce al seno del Padre, y se comienza a recorrerlo el Jueves Santo, en el Huerto de los Olivos, y se continúa por el Viernes y el Sábado Santo, pasando por la Pasión, la Crucifixión, la Muerte y la Sepultura, para finalizar en un destino ultraterreno, el seno del Padre, en donde el alma peregrina termina su recorrido y recibe el don inimaginable, el Amor eterno del Espíritu Santo.
Cristo en la Eucaristía es la Verdad, pero no la verdad tal cual la postula el mundo, verdad relativa, según la cual cada uno tiene su propia verdad; Cristo es la Verdad Absoluta; es la Verdad Subsistente, la Verdad en sí misma, sin mezcla alguna de error. En Cristo el hombre encuentra la Verdad acerca de Dios, porque Cristo revela la Trinidad de Personas: Él viene del Padre, y con el Padre, espiran al Espíritu Santo; en Cristo encuentra también el hombre la verdad sobre sí mismo: ya no es más una simple criatura, manchada con el pecado original, apartada de Dios para siempre: en Cristo, el hombre es re-creado, creado de nuevo, por medio del don de la gracia y de la filiación divina, y es hecho hijo de Dios, heredero del cielo, hijo de la Virgen Madre y hermano de Cristo y de todos los hombres en Cristo; en Cristo, el hombre encuentra su verdad, que no es la de estar destinado al mundo, a los objetivos terrenos, sino a la vida eterna, a la comunión de vida y de amor con las Tres Personas de la Trinidad.
Cristo es la vida, pero no la vida humana, entendida en el sentido biológico y existencial del término, ni tampoco la vida mundana, es decir, la vida según el mundo, una vida de placer, de despreocupación, de mundanidad, de sensualidad, de disfrute de los goces terrenos.
Cristo en la Eucaristía es la Vida, la Vida eterna, la Vida absolutamente perfecta, inmutable y feliz; la Vida Increada, que brota del Ser divino como de una fuente inagotable, y que se derrama a través de los sacramentos de la Iglesia, como un torrente sin fin.
Cristo en la Eucaristía es la Vida Eterna, que deifica y endiosa a los hombres, al hacerlos partícipes de su Vida, por la gracia. Cristo en la Eucaristía es la Vida gloriosa y luminosa del Ser divino de Dios Uno y Trino, que comunica a los hombres de su luz y de su gloria, haciéndolos participar de su condición de Dios.
Cristo en la Eucaristía es el Camino que conduce al Padre, la Verdad que nos revela el Amor divino, y la Vida eterna que se nos dona como Pan Vivo bajado del cielo.
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