(Domingo
V - TP - Ciclo A – 2014)
(Domingo
V - TP - Ciclo A – 2014)
“Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 12, 1-14). Jesús se presenta a sí
mismo como el Camino, la Verdad y la Vida.
“Yo Soy el Camino”. Jesús es el Camino que conduce al Padre;
nadie va al Padre si no es por Él, y si alguien va al Padre, conducido por Jesús,
es porque el Padre lo ha atraído primero con su Amor. Si alguien llama a Dios
“Padre”, es porque Jesús se lo ha enseñado, pero si Jesús se lo ha enseñado, es
porque el Padre lo ha querido, es porque el Padre ha amado a esa creatura con
tanta intensidad, que ha decidido adoptarla como hija suya muy amada y para eso
ha enviado a su Hijo Jesús a la tierra, para que le enseñe que Él no solo es su
Creador, sino que quiere ser su Padre muy amado y que quiere darle su Espíritu
de Amor desde la cruz y que como prueba de que es tanto el amor que le tiene, está dispuesto a sacrificar a su Hijo en la cruz para que su Hijo, desde la
cruz, cuando su Corazón sea traspasado por la lanza, infunda el Espíritu Santo
junto con el Agua y la Sangre y el Espíritu Santo, con el Agua y la Sangre, le
comunique su Amor y lo convierta en hijo suyo adoptivo. En otras palabras, si
alguien llama a Dios “Padre”, como hacemos los cristianos en el “Padrenuestro”,
es porque Dios Padre nos ha elegido desde la eternidad, en Cristo Jesús, para
que seamos hijos suyos adoptivos muy amados por la gracia del sacramento del
bautismo, y esto es un don en el que continuamente debemos meditar, que debe acrecentar
nuestro amor hacia Dios Padre. Jesús es el Camino que nos conduce al Padre
porque además de concedernos la gracia de la filiación, además de hacernos ser
hijos adoptivos de Dios, nos concede su mismo Amor por Dios Padre, que es el
Amor del Espíritu Santo, que nos permite amar a Dios como hijos y que nos hace
exclamar “Abba”, es decir “Padre mío muy amado”, desde lo más profundo del
corazón y así amamos a Dios Padre como Él lo ama desde la eternidad, no con
nuestro propio amor, que es muy pobre y muy limitado, sino con el Amor mismo de
Jesús. Por esto Jesús es el Camino que conduce al Padre, y nadie conoce y nadie
ama al Padre, si Jesús no lo da a conocer y si Jesús no le infunde su Espíritu,
el Espíritu Santo y se engaña todo aquel que pretenda conocer y amar a Dios
sino es por Jesús, y a Jesús que está en la cruz y en la Eucaristía.
“Yo
Soy la Verdad”. Jesús es la Verdad que todo hombre debe conocer para obtener la
eterna salvación, pero no con un conocimiento meramente intelectual, porque
Jesús es la Verdad Encarnada, Jesús es la Verdad Divina hecha carne y por lo
tanto Jesús es la Verdad Encarnada en el seno virgen de María, inmolada en el
ara santa de la cruz, glorificada el Domingo de Resurrección y entregada como
Pan de Vida eterna y como Carne del Cordero de Dios en la mesa del Banquete del
Reino, la Santa Misa. Entonces, cuando Jesús dice que Él es la Verdad, no se
trata de un mero conjunto de verdades abstractas que como miembros de la
Iglesia debemos aprender de memoria y recitar mecánicamente para así obtener la
salvación; Jesús es la Verdad Encarnada, hecha carne en el seno virgen de
María, inmolada en la cruz, glorificada en el sepulcro el Día de la
Resurrección y entregada cada vez por la Santa Madre Iglesia en el altar
eucarístico como Pan Vivo bajado del cielo, como Maná verdadero que concede la
vida eterna, para que todo aquel que coma de este Pan no muera, sino que tenga
vida eterna. Es a esto a lo que Jesús se refiere cuando dice: “Yo Soy la
Verdad”: Jesús es la Verdad Encarnada que debe ser aprendida en el Libro de la
cruz y debe ser consumida en el Pan de la Eucaristía; así podrá el hombre
adquirir la Sabiduría divina que lo iluminará interiormente acerca de su eterna
salvación; solo Jesús, Verdad Eterna Encarnada, que se aprende leyendo en el
Libro de la Cruz y se asimila consumiendo el Pan eucarístico, ilumina al alma con
la luz de la gracia y del Amor divino necesarios para su eterna salvación.
Cualquier otra “verdad” para la salvación del alma, que no sea Jesús en la Cruz
y en la Eucaristía, es solo engaño del Maligno y conduce al Abismo.
“Yo Soy la Vida”. Jesús es la Vida y la Vida eterna, la vida
misma de Dios Uno y Trino, que es la eternidad en sí misma. Jesús es la Vida
Increada porque Él es Dios Eterno, cuyo Ser trinitario es la fuente de toda
vida creada. Jesús es la Vida, y de Él, Vida Increada y Fuente de Vida eterna,
recibimos los hombres la vida natural pero también la vida sobrenatural, la
vida de la gracia, la vida que recibimos a través de los sacramentos. Jesús es
la Vida divina que se dona a sí mismo en los sacramentos, sobre todo y
principalmente en el sacramento de la Eucaristía: allí se dona en su totalidad,
sin reservas. Jesús en la Eucaristía hace lo que una madre, un esposo, un hijo,
un hermano, no pueden hacer por aquellos que aman, aun deseándolo con toda el
alma. Una madre que ama a su hijo, un esposo que ama a su esposa, pueden dar
sus vidas por quienes aman, pero solo en un sentido figurado, no real, porque
no pueden “traspasar”, literalmente hablando, la vida natural que tienen, a sus
seres amados. En cambio Jesús sí lo puede hacer y de hecho lo hace, en la
Eucaristía: al comulgar, Jesús nos comunica de su vida divina, celestial,
sobrenatural, de modo que el alma vive no solo con su vida natural, sino con la
vida divina, sobrenatural, la vida de la gracia, que le comunica Jesús en la
comunión. Y esa vida que comunica Jesús, es una vida distinta a la vida humana,
porque es la vida de Dios, y es la vida que vivieron los santos y es lo que
explica que los santos hayan vivido una vida de santidad, una vida de virtudes
heroicas, una vida de amor heroico, de amor a los enemigos, de amor esponsal
hasta la cruz, de amor filial hasta la cruz; es lo que explica que los santos
hayan practicado las obras de misericordia, corporales y espirituales, en un
grado que supera infinitamente las fuerzas y las capacidades del ser humano,
como por ejemplo, la Madre Teresa de Calcuta, Don Orione, Don Bosco, y miles de
santos más; la vida de la gracia es lo que ha hecho que los santos vivan las
mortificaciones diarias, cotidianas, de todos los días, como escalones que los
han conducido a las cimas de la santidad. Ésa es la vida que nos da Jesús, la
vida de la gracia, que es la vida divina participada y que en la otra vida, se
nos dará en plenitud, en la visión beatífica. Jesús en la Eucaristía es la Vida
Increada, que nos comunica de su vida divina y nos concede de esa vida, que es
la santidad en sí misma, para que seamos santos, para que iniciemos, desde esta
vida terrena, en el tiempo que nos queda de vida terrena, una vida de santidad,
para vivir luego, en la eternidad, junto con los ángeles y los santos, adorando
a Jesús, el Dios Tres veces Santo.
“Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida”. Jesús en la
Eucaristía es el Camino, la Verdad y la Vida, y nadie va al Padre, nadie va al
cielo, nadie puede alcanzar la santidad, sin la Eucaristía.
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