“¿Por qué tus discípulos hacen en sábado lo que no está permitido?” (cfr. Mc 2, 23-28). Los fariseos reprochan a Jesús que sus discípulos no respetan el sábado, considerado día de descanso por la ley mosaica (cfr. Éx 20, 10), para permitirles dedicarse al culto público a Dios, y el arrancar espigas, aunque sea para comer, era tomado como una falta legal. No los mueve la recta intención de cumplir la ley, sino el buscar argumentos con los cuales acusar a Jesús, puesto que era práctica de los judíos utilizar la observancia de la ley para imponer cargas insoportables a los demás[1].
Jesús les responde trayendo a colación una violación de la ley cometida nada menos que por el Rey David, quien, sintiéndose con hambre, no dudó en entrar, él con sus súbditos, en el templo, y comer el pan de la proposición, es decir, el pan que sólo podían comer los sacerdotes.
La enseñanza de esta violación de la ley, por parte de David, que justifica la violación del descanso sabático por parte de sus discípulos, es que “el sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para el sábado”, es decir, las disposiciones legales pueden ser dejadas de lado cuando hay en juego un bien superior, como en este caso, la subsistencia del hombre.
Jesús les hace ver que la prescripción de no trabajar en sábado no es una reglamentación absolutamente rígida e inmutable, basada en la naturaleza de las cosas, sino una ordenación positiva, dada en beneficio de los hombres. Lo que los fariseos no pueden comprender, y es lo que Jesús les quiere hacer ver con el ejemplo de David, es que la letra de la ley no debe ser seguida cuando va en contra de las exigencias de la caridad y las necesidades de los hombres[2].
Además, para coronar esta enseñanza, Jesús dice: “por lo tanto, el Hijo del hombre es también señor del sábado”, lo cual significa que Él, que es el “Hijo del hombre”, el Mesías y Señor, tiene autoridad para interpretar o incluso para abrogar el sábado, y de esa manera, Jesús afirma implícitamente su divinidad[3].
Cuando Jesús dice: “El Hijo del hombre es señor del sábado”, está diciendo que Él es Dios y que, en cuanto Dios, es dueño del tiempo, y por lo tanto, es dueño de abrogar el sábado y cambiarlo por otro día, como lo hará efectivamente resucitando el Domingo: al resucitar el día Domingo, Jesús abroga el sábado como día de culto dedicado a Dios, y consagra el Domingo, y así el Domingo es el verdadero “Dies Domini”, o Día del Señor.
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