martes, 11 de enero de 2011

Que yo te ame por lo que eres y no por lo que das


“Todo el mundo te busca” (cfr. Mc 1, 29-39). Luego de que Jesús curara toda clase de enfermos, y expulsara demonios, su fama se esparce por Galilea, y es tal la cantidad de gente pregunta por Jesús, que el evangelista usa una frase muy gráfica: “todo el mundo te busca”. En ese “todo”, están comprendidos todos: niños, jóvenes, adultos, ancianos, ricos, pobres, sanos, enfermos. Todos tienen algo que pedir a Jesús. Todos necesitan algo de Jesús, y Jesús se ha mostrado capaz de dominar y de vencer a los dos grandes males que asolan a la humanidad desde siempre: la enfermedad y el demonio. Todos buscan a Jesús: unos, porque están enfermos; otros, porque tienen algún amigo, familiar o conocido, que está poseído; muchos, de entre estos, que ni están enfermos ni están poseídos, buscan a Jesús por curiosidad.

“Todos el mundo te busca”. Todos buscan a Jesús, porque tienen algún interés, y Jesús puede solucionárselo. Todos buscan a Jesús, pero no lo buscan por Él mismo, sino porque les puede aliviar el problema que los aqueja.

Todos lo buscan, pero para que le solucione el drama existencial: la enfermedad, la posesión diabólica, o sino lo buscan por curiosidad, para verlo hacer milagros.

Hoy se repite la situación, a tal punto que también se puede decir: “Todos buscan a Jesús”. Todo el mundo lo busca, para que le solucione algún problema: todo el mundo tiene algún enfermo en su casa, o en su familia, si él mismo no está enfermo, y busca a Jesús para que Jesús obre la curación; todo el mundo busca a Jesús, porque necesita trabajo, porque no se siente bien y quiere sentirse bien, porque alguien tiene que rendir un examen, y necesita aprobar. Todo el mundo busca a Jesús, como en el evangelio, y lo buscan por su capacidad de obrar milagros.

Pero nadie, o casi nadie, lo busca por lo que es, Dios Omnipotente, Misericordioso, que se ha encarnado para donarnos, más, mucho más que la salud del cuerpo y del alma, la vida eterna, su misma vida divina, su vida de Hombre-Dios; nadie lo busca por su Amor, que lo dona en la efusión de sangre de su Sagrado Corazón, traspasado en la cruz, y continúa donándolo cada vez, en cada Santa Misa, en la Sangre de la Alianza Nueva y Eterna, el Vino consagrado en el altar. Nadie, o casi nadie, lo busca por lo que es, Ser perfectísimo en Acto Puro, Dios Espíritu Puro, todo Amor y misericordia, que lo único que busca, al venir a esta tierra, es un corazón humano en donde reposar. Nadie lo busca por lo que Es, Dios de inmensa majestad, ante quien los ángeles se postran en adoración, que no vaciló en humillarse, siendo Él Dios Omnipotente, para dar a los hombres su Sangre, y con su Sangre su Vida, y con su Vida su Amor, y con su Amor su Ser de Dios. Nadie lo busca por lo que Es, Dios Pacífico, de Corazón manso y humilde, que se entrega a sí mismo en el Pan del altar. Lo buscan para que les dé el pan del cuerpo, pero no les importa el Pan del cielo, el Pan que alimenta al alma con la substancia misma de Dios.

“Todos te buscan”, dicen en el evangelio. Y Jesús nos pregunta: “¿Porqué me buscan? ¿Por ser quien Soy, o para que les haga algún milagro?”. Y entonces, le tenemos que responder: “Nadie te busca por lo que eres; te buscan por tus milagros. Todos te buscan, pero nadie te busca”.

No busquemos a Jesús de modo interesado; no lo busquemos de un modo egoísta, interesado, frío. No busquemos en Jesús sus milagros, sus sanaciones, el “estar bien”, el poder comer. Jesús lo puede hacer, y lo hará por su gran bondad, porque sabe que es lo que necesitamos, antes de que se lo pidamos.

Busquemos a Jesús por lo que Es, y no por lo que da. Hagamos nuestra la oración de una pobre costurera semi-analfabeta, de principios del siglo XX: “Señor, que yo Te ame por lo que eres y no por lo das”.

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