sábado, 26 de marzo de 2011

La Eucaristía es la Fuente de agua viva, en donde el hombre sacia su sed de felicidad, de alegría, de paz, de Dios

Jesús junto a la samaritana
en el Pozo de Jacob

“El que beba del agua que Yo le daré, nunca más tendrá sed” (cfr. Jn 4, 5-42). Jesús, cansado por el sol del mediodía, y por las largas caminatas realizadas anunciando la Buena Noticia, siente sed, y se acerca al pozo de Jacob. Estando sentado Él, se acerca una mujer samaritana a sacar agua. Jesús le pide agua, iniciando así el diálogo.

El episodio del Evangelio inicia con el contraste sed-agua: Jesús tiene sed, la samaritana está por sacar agua del pozo, con la cual puede calmar la sed de Jesús. Pero en el diálogo que se sigue, Jesús se manifiesta como la Fuente de Agua viva, que sacia para siempre la sed del hombre, no la sed corporal, la sed que sobreviene como consecuencia de la fatiga, y que se sacia con el agua de un pozo: la sed que sacia Jesús, con el agua que Él da de beber –“el que beba del agua que Yo le daré nunca tendrá sed”-, es la sed de Dios que tiene todo hombre, y el agua que sacia esta sed es la gracia, la vida misma de la divinidad.

El agua entonces, tiene un significado espiritual. ¿Cuál es el significado espiritual del agua? Por un lado, podemos decir que el agua es símbolo de la gracia, y puesto que Jesús es Dios, su Corazón es Fuente Increada de gracia; el Corazón de Jesús es la fuente y el manantial de donde brota del agua que da la vida eterna, que es la gracia, y es por esto que quien beba del agua que Él dará, no tendrá más sed, porque la sed de Dios que tiene toda alma, la sed de la divinidad que todo hombre tiene, porque ha sido creado por Dios para Dios, se sacia con la gracia divina que brota del Corazón de Jesús.

Por otro lado, el agua es símbolo del Espíritu Santo[1], el cual procede del Corazón de Jesús, porque Él, en cuanto Hombre, también es espirador del Espíritu, junto al Padre.

El Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo, del corazón único del Padre y del Hijo; un corazón que da y recibe eternamente, del Padre al Hijo, un aliento de vida y de amor, que sopla de uno a otro y sale de ambos; este Corazón late con potencia infinita en el ardor supremo del afecto y del amor divino, con la llama flameante de una infinita hoguera de amor. Hay una emanación, una corriente del amor, en la que se derraman el Padre y el Hijo y transfunden su ser en el Espíritu Santo. Por esto se simboliza el Espíritu Santo con el impetuoso soplo de viento, que ingresa haciendo estremecer a los Apóstoles en Pentecostés, y como lenguas de fuego, que flotaban sobre las cabezas de los Apóstoles (cfr. Hch 2, 2-3); por esto se compara a Jesús con una fuente burbujeante de agua viva (cfr. Jn 7, 38-39)[2].

San Juan Crisóstomo representa al Espíritu Santo como el agua saliendo de una fuente, según se dice del Paraíso: “Un río salía del lugar de delicias” (Gn 2, 10), es decir, sale, brota, del Corazón de Jesús: el río que brota, es el Espíritu Santo; el “lugar de delicias”, de donde brota ese manantial de agua viva, es el Corazón de Jesús. Dice San Juan Crisóstomo que esto se prueba con las palabras de Jesús: “Del seno de aquel que cree en Mí, manarán ríos de agua viva, a lo que el evangelista añade: Esto lo dijo por el Espíritu, que habían de recibir los que creyeran en Él”[3].

También Dios Padre es la fuente de agua viva según las palabras de Jeremías: “Me han abandonado, a mí, la fuente de aguas vivas”. Dios Padre es la fuente de aguas vivas, de donde procede el Espíritu Santo. Dice San Juan Crisóstomo: “El Espíritu Santo (procede de Dios Padre), como el agua de la fuente”.

Al decir que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo, se expresa que no solamente en general tiene en ellos su origen, sino que este origen se verifica precisamente por vía de un potente movimiento hacia fuera, movimiento que se realiza en la emanación del amor del Padre y del Hijo y en la entrega que éstos hacen de su vida al Espíritu Santo[4].

Hoy el hombre, en vez de saciar su sed de gloria, de paz, de alegría, de felicidad, que es en el fondo sed de Dios, en donde se encuentra toda la alegría y todo el bien que el hombre busca, intenta saciar su sed en las miasmas pútridas del materialismo, del ateísmo, del gnosticismo, del hedonismo.

El hombre agoniza de sed, luego de haberse extraviado en el desierto del mundo, bajo el calor agobiante del sol oscuro del infierno, el demonio, y en vez de buscar satisfacer su sed en el oasis de agua pura, límpida y cristalina que brota del Corazón abierto de Jesús en la cruz, la gracia divina, se vuelve con desesperación hacia las aguas pestilentes, servidas, cloacales, del poder, de la fama mundana, del dinero, del sexo, de la lujuria, de la avaricia, del egoísmo, del odio contra el prójimo.

Jesús repite la amarga queja: “Me han abandonado, a mí, la fuente de aguas vivas, y se han cavado cisternas, cisternas agrietadas, que no retienen el agua” (Jer 2, 13).

“El que beba del agua que Yo le daré, nunca más tendrá sed”. El episodio del evangelio gira en torno al agua material que calma la sed corporal, pero el sentido espiritual y sobrenatural es que es Jesús la Fuente de Gracia Increada, de quien brota la vida y la gracia divina que sacian la sed de Dios que tiene el alma humana.

La Eucaristía es la Fuente de agua viva, en donde tenemos que ir a saciar nuestra sed de felicidad, de alegría y de paz. No encontraremos felicidad, no saciaremos nuestra sed, en ningún otro lugar que no sea la Eucaristía.


[1] Cfr. Scheeben, M. J., Los misterios del cristianismo, Ediciones Herder, Barcelona 1964, 112.

[2] Cfr. Scheeben, ibidem, 112.

[3] Cfr. Scheeben, ibidem, 112.

[4] Cfr. ibidem.

No hay comentarios:

Publicar un comentario