jueves, 17 de marzo de 2011

Antes de acercarte al altar, reconcíliate con tu prójimo


“Antes de comulgar, reconcíliate con tu prójimo” (cfr. Mt 5, 20-26). Con la ley nueva de la gracia que trae Jesús, las exigencias son mucho mayores: antes, para ser condenado, ya sea por la justicia humana o por la divina, se debían cometer delitos sumamente graves, como el quitar la vida. Sin embargo ahora, con la Ley Nueva, basta para merecer la condena –incluso eterna-, quien se enoje con su prójimo: “merece la condena del fuego”, dice explícitamente Jesús.

Es decir, hay una profundización substancial en la Ley Nueva, la ley de la gracia: si antes, para merecer un castigo, sea humano o divino, se debía llegar a la violencia extrema de quitar la vida física al prójimo, ahora basta solamente con el acto interior de enojo hacia el prójimo, para merecer la condena eterna –“el fuego”-, en donde no sólo padece el cuerpo la acción ardiente del fuego, sino también el alma.

Este es el motivo por el cual Jesús dice que la justicia de los cristianos debe ser “superior” a la de los fariseos.

El cristiano no se puede contentar con decir “yo no mato a nadie”; “yo no hago mal a nadie”. Si el cristiano conserva antipatía, enojo, rencor y, con mucha más razón, odio, hacia su prójimo, entonces no solo se vuelve indigno de comulgar, sino que se hace merecedor de un castigo espiritual inimaginable.

Si Dios es un Dios que, por puro amor y misericordia, nos ha perdonado desde la cruz, entonces no tenemos ningún pretexto para no hacer lo mismo para con nuestro prójimo.

Además, sería un contrasentido, una negación del Amor de Dios, el que una persona comulgue con un corazón rencoroso, puesto que en la comunión sacramental recibe al Dios que desde la cruz otorga su perdón y que es, en sí mismo, el Amor y la Misericordia personificados.

“Antes de comulgar, reconcíliate con el prójimo”. No puede acercarse a la comunión, so pena de cometer un sacrilegio, un cónyuge que no perdone al otro cónyuge, un hijo que esté enemistado con su padre, un padre que haya abandonado a su hijo, un cristiano cualquiera que no ame a sus enemigos.

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