“El Hijo del hombre ha venido a dar su vida en rescate por muchos” (cfr. Mt 20, 17-28). Jesús es Dios Hijo, es
Como consecuencia del pecado original y a la acción del demonio en los hombres, la humanidad en su conjunto, desde Adán y Eva, se encuentra separada de Dios Trino, y a medida que pasa el tiempo, esta separación se hace cada vez más profunda, y es para unir este abismo insondable, que separa a Dios y al hombre, que Jesucristo ha venido a donar su vida al mundo.
Muchos no parecen apreciar este don; para muchos, es solo una frase hueca, vacía, que no les dice nada, ya que la escuchan, y es como si nada significativo les dijera.
Sin embargo, el don de la vida humana de Dios encarnado es un don valiosísimo, demasiado grande, demasiado valioso, para ser apreciado por el hombre.
Dios Hijo ha venido a este mundo para dar su vida en rescate por todos nosotros. Puede suceder que los cristianos, de tanto escuchar esta verdad –prácticamente toda su vida, desde que es iniciado en el catecismo-, se hayan vuelto impermeables a la misma, y se la escucha como quien escucha llover. Jesús ha venido a “dar su vida”. ¿Qué significa esto? Es cierto que Él es Dios Hijo en Persona,
Dios Hijo da esta vida, esto que le pertenece, y que tiene todo el alcance que tiene toda vida humana, aunque por supuesto, con valor infinito, por tratarse de la vida humana del Hombre-Dios.
“Dar la vida en rescate por muchos” no es una frase hecha ni es, mucho menos, una nimiedad. Una vida humana es más valiosa que todo el universo, porque es una imagen de Dios, y mucho más lo es la vida humana del Hombre-Dios, de valor infinito.
Jesús entregó su vida en la cruz, luego de padecer tormentos inimaginables para los hombres, y entregó su vida por todos y cada uno de los hombres no porque tuviera obligación, sino por puro amor y misericordia, y prolonga el don de su vida en
Jesús entregó su vida en la cruz, y la sigue entregando todos los días, cada vez en
Hoy el mundo corre enloquecido, en una huida hacia delante, alejándose de Dios, su salvador; el mundo hace oídos sordos a los llamados a la conversión, a los llamados a la oración, a los llamados a dejar de lado el materialismo, el hedonismo, el consumismo; el llamado a hacer penitencia y sacrificio, y se vuelca, de modo desenfrenado, a los ídolos del poder, del sexo, de la violencia, de la fama mundana.
Muchos, cuando sean llamados de improviso, en un abrir y cerrar de ojos, ante
Para muchos, habrá sido en vano el don de la vida de Cristo, en la cruz y en
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