“El que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado” (cfr. Mt 23, 1-12). Algunos han criticado negativamente el conjunto de enseñanzas dadas por Jesús, sosteniendo que se trata, en realidad, de normas morales. Reducen el cristianismo a un mero conjunto de preceptos de moral, y rebajan de esta manera el mensaje de Jesús a la exhortación a un simple cambio de comportamiento destinado a la obtención de una sociedad más fraterna y más justa.
El consejo de Jesús, el de auto-humillarse, podría muy bien ubicarse en estas consideraciones: el buen cristiano es el que evita la soberbia, y busca ser humildes. En realidad es así, es decir, el cristiano sí debe ser humilde y evitar la soberbia, pero no como un mero cambio de conducta.
El hecho de que el cristiano deba buscar la humildad, y rechazar la soberbia, tiene su fundamento no en la tierra, en el comportamiento del corazón humano, sino en el cielo, en el misterio de Dios Uno y Trino.
El Ser divino es perfectísimo, con una perfección infinita, sin sombra alguna de error, de defecto, de mal, de mancha; el Ser divino es absolutamente perfecto, en la grandiosidad majestuosa de su Ser, y al encarnarse, manifiesta la perfección y la gloriosa grandeza de su Ser, por medio de la virtud de la humildad. La humildad es un reflejo, en esta tierra y en este tiempo, de la perfección majestuosa del Ser divino de Dios Uno y Trino; la humildad es la concreción o actuación, en la historia humana, y en medio de los hombres, de la absoluta simplicidad del Ser de Dios.
Es por este motivo que Jesucristo, Dios Hijo encarnado, se humilla en
El cristiano entonces debe buscar ser humilde, y si no tiene ocasiones dadas por su prójimo, debe auto-humillarse, pero no porque se trate de simplemente pretender ser “mejor ciudadano”: la humildad debe ser buscada por el cristiano porque es, junto al Amor sobrenatural, lo que más lo asemeja al Ser divino.
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