miércoles, 18 de mayo de 2011

El que compartía mi pan me ha traicionado

Jesús sigue siendo traicionado
por los modernos judas:
los que prefieren
el mundo y sus placeres
al mandato divino
de amar a Dios y al prójimo
como a uno mismo.


“El que compartía mi pan me ha traicionado” (cfr. Jn 13, 16-20). En el transcurso de la Última Cena, Jesús cita las Escrituras para manifestar su cumplimiento, que está sucediendo en ese mismo momento, en su Persona: ‘El que compartía mi pan me ha traicionado’. Se trata, ante todo de Judas Iscariote, uno de los discípulos, uno de los elegidos, uno de los sacerdotes, que ha tenido el privilegio, reservado a pocos, de compartir el Cenáculo con Jesús, que ha recibido de Jesús su amistad personal, su enseñanza, su compañía, su predilección. Judas comparte el pan con Jesús, pero igualmente lo traiciona. Todo esto a Judas no le importa: no le importa a Judas escuchar a la Palabra de Dios en Persona, hablando a través de una naturaleza humana; no le importa a Judas escuchar, del mismo Dios Hijo en Persona, el Sermón de las Bienaventuranzas, el camino a la feliz eternidad en compañía de las Tres Divinas Personas; no le importa a Judas la dulce compañía de Jesús de Nazareth; no le importa a Judas recostarse sobre su pecho, como hace Juan, el discípulo predilecto, para escuchar los latidos del Sagrado Corazón.

A Judas le importa escuchar la palabra de los fariseos, prototipos de los hombres vanos y soberbios, que dejan de lado a Dios y se olviden del hombre; más que el sermón de las Bienaventuranzas, que lo conduce a la feliz eternidad en compañía de la Trinidad, a Judas le importa la doctrina inventada por los hombres, que lleva a la compañía de los demonios; más que la compañía de Jesús, a Judas le importa la compañía de los que inventan historias para condenar a un inocente, con lo cual se reviste de la misma iniquidad e indignidad de quienes condenan a muerte inicuamente al Hombre-Dios; más que escuchar el suave latido del corazón de Jesús, a Judas le importa escuchar el duro y metálico tintineo de las monedas de plata. Y es así como Judas traiciona a Jesús, dando cumplimiento a las Escrituras, que se referían a Jesús: ‘El que compartía mi pan me ha traicionado’. Al Amor de Dios, prefiere la traición, que se incuba en la mente y en el corazón del ángel caído, y se lleva a cabo por sus propias manos.

Judas es el prototipo de los sacerdotes y de los laicos, bautizados, que a lo largo de la historia traicionarán a Jesús no necesariamente con treinta monedas de plata, sino de mil maneras distintas: lo traicionarán los sacerdotes, quienes prefiriendo las falsas y vanas atracciones del mundo, dejarán en el olvido sacrílego su Presencia eucarística, y celebrarán la misa como carniceros; lo traicionarán quienes preferirán romper un matrimonio, antes que morir en la donación de sí mismo al cónyuge; lo traicionarán los niños, quienes preferirán sus juegos y sus intereses, antes que la Misa dominical; lo traicionarán los jóvenes, que preferirán las fiestas mundanas de fin de semana, antes que ir a su encuentro en el sacrificio del Domingo; lo traicionarán los ancianos, quienes pasarán el último tramo de su vida terrena como si todo terminara en el tiempo, sin esperar la eternidad, y sin hacer uso de su Sangre, que fue derramada por ellos, para que eviten el abismo y gocen de su Presencia para siempre; lo traicionarán los cristianos, que desvirtuando el mandamiento de la caridad, de amar a Dios y al prójimo como a sí mismo, convertirán la religión en hipócrita máscara de falsedad, amándose egoístamente a sí mismos, olvidando al prójimo más necesitado al olvidar que éste es una imagen viviente del Dios vivo y verdadero.

“El que compartía mi pan me ha traicionado”. La amarga queja de Jesús se renueva, día a día, minuto a minuto, al ver que aquellos a quienes ha elegido, los bautizados de la Iglesia Católica, lo dejan cada vez más solo en el Sagrario.

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