domingo, 1 de mayo de 2011

Es necesario el bautismo sacramental para entrar en el Reino de los cielos

Así como el Espíritu Santo descendió
sobre Jesús en el Jordán, mientras se escuchaba
la voz de Dios Padre que decía: "Este es mi Hijo muy amado",
así en el bautismo sacramental,
el Espíritu Santo sobrevuela al alma,
concediéndole la gracia de la filiación divina,
mientras la Madre Iglesia exclama: "Este es mi hijo muy amado".


“Es necesario nacer del agua y del Espíritu para entrar en el cielo” (cfr. Jn 3, 1-8). Jesús les dice a Nicodemo que para entrar en el reino de los cielos, es necesario “nacer de nuevo”.

Nicodemo no puede entender de qué está hablando Jesús, y por eso le pregunta si es que el hombre debe “entrar de nuevo en el vientre de su madre” y “volver a nacer”. Nicodemo no puede entender porque está entendiendo las palabras de Jesús al modo humano, y las interpreta según el único modo que él conoce que tiene un hombre de nacer: corporalmente, del seno de la madre.

Sin embargo, Jesús está hablando de otro nacimiento; está hablando de un nuevo modo de nacer, un modo de nacer desconocido para el hombre, ya que se trata de un nacimiento que no es corporal y material, del vientre materno, sino espiritual e inmaterial, del seno de Dios Padre. Jesús está hablando del nacimiento que se lleva a cabo “por el agua y el Espíritu”, es decir, está haciendo clara referencia al bautismo sacramental en donde, al ser arrojada el agua y pronunciada la fórmula bautismal, el Espíritu Santo, en virtud del misterio pascual de Jesucristo, concede al alma la filiación divina, la misma filiación con la cual Dios Hijo es Hijo desde toda la eternidad.

A partir de este nuevo nacimiento, el hombre es incorporado al Cuerpo Místico de Jesucristo; pasa a formar parte suya real, así como una célula es parte real del cuerpo físico, y pasa a ser animado por el Espíritu Santo, así como una célula es animada, en su vitalidad, con la fuerza vital del alma.

“Es necesario nacer del agua y del Espíritu para entrar en el cielo”. Nicodemo no puede entender las palabras de Jesús, porque las entiende al modo humano, y las reduce al nivel de comprensión de la razón humana. “Si conozco sólo un modo de nacer, no veo de qué manera pueda nacer de nuevo para entrar en el reino de los cielos”, parece decir Nicodemo.

Jesús ha venido a traer un nuevo modo de nacer, del agua y del Espíritu Santo: así como el Espíritu Santo sobrevoló en forma de paloma cuando Juan derramó agua sobre Jesús en el Jordán, al tiempo que se escuchaba la voz de Dios Padre que decía: “Este es mi Hijo muy amado”, así en el bautismo sacramental, en el momento en el que el sacerdote arroja agua y pronuncia las palabras de la fórmula bautismal, el Espíritu Santo sobrevuela sobre el alma, concediéndole la gracia de la filiación divina, que hace exclamar a la Madre Iglesia: “Este es mi hijo muy amado” (cfr. Mt 3, 13-17).

Ahora bien, si el bautismo nos hace nacer, con un nuevo modo de nacer, a una nueva vida, la vida de los hijos de Dios, esta nueva vida también requiere una nueva alimentación, que no es dada, de ninguna manera, por ningún alimento terreno, ni siquiera por el más refinado. La nueva vida de hijos de Dios, nacidos del agua y del Espíritu, no se alimenta con alimentos terrenos, sino con un alimento celestial, venido del seno mismo de Dios Trino, el Pan de Vida eterna, la Eucaristía.

Muchos cristianos no se han enterado de que han nacido del Espíritu, a la vida de hijos de Dios, y no alimentan su alma con el manjar celestial, el Pan vivo bajado del cielo, y por eso mueren de hambre de Dios.

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